El país se acerca cada vez más al colapso económico y al caos por la caída libre de la libra libanesa, que en las últimas horas llegó a su más bajo valor histórico respecto al dólar estadounidense.
Una depreciación de casi 90 por ciento de la moneda nacional acarrea consecuencias amenazadoras para 90 de cada 100 libaneses, cuyos sueldos se convirtieron en nada ante una subida de precios con que los minoristas tratan de salvar sus negocios.
En opinión de los observadores, las cosas van a peor por los oídos sordos de la elite de poder a llamamientos de la comunidad internacional para que eliminen diferencias y nominen un Gobierno.
Ni esas exhortaciones, ni advertencias de que ya no queda tiempo para evitar un colapso total lograron reactivar un diálogo entre el presidente Michel Aoun y el primer ministro designado Saad Hariri, los encargados de formar una alineación gubernamental.
Ninguno de los dos cede o suaviza sus posiciones sobre la forma, distribución y tamaño de un Ejecutivo capaz de promulgar reformas para rescatar el país de su peor crisis desde la guerra civil de 1975-1990.
Aoun y Hariri mantienen desacuerdos sobre quienes ocuparán ministerios clave como los de Justicia e Interior, y respecto al nombramiento de titulares cristianos que por Constitución deben ser de igual número a los de los musulmanes.
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