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La magia del equinoccio de primavera en México (+Fotos)

México, 22 mar (Prensa Latina) Puedo imaginar a Nezahualcóyotl en los jardines del palacio de Tetzcotzinco un día específico del mes Tlacaxipehualixtli, observando el recorrido del sol y la luna y calculando nuevas obras hidráulicas cual actual ingeniero.

Entonces para el México indígena Tlacaxipehualixtli no era el mes de marzo que trajeron los españoles, sino el período de renovación de la tierra, ni tampoco equinoccio el nombre del lapso en el cual el sol cruza el ecuador celeste de sur a norte y corta el tiempo en partes iguales para el día y la noche con 12 horas exactas a cada uno.

Los mayas desconocían esos nombres castellanos, pero sabían con exactitud asombrosa que entre el 20 y el 21 del marzo impuesto entraba la primavera, comenzaban las aguas, florecían las plantas, y las comunas debían preparar sus aperos para sembrar el maíz, canalizar las aguas y construir acueductos.

Durante siglos los españoles hicieron creer a la humanidad que habían encontrado en esta parte del mundo, equivocadamente confundida con las indias, incivilizados salvajes con taparrabos a quienes había que exterminar y a los sobrevivientes de sus masacres enseñar a leer y escribir, e incluso hablar y evangelizar.

Ni siquiera revelaron -o aceptaron- la existencia de calendarios propios, tan efectivo y preciso como el de ellos, basados en la ciencia y la observación.

Si alguien expresa la cultura y la ciencia encontradas y destruidas por los españoles, fue Netzahualcóyotl, soberano chichimeca de Texcoco nacido en 1402, estadista, de la realeza prehispánica, y poeta de delicada percepción sobre los fenómenos transitorios del mundo, quien demostró gran sapiencia en las ciencias, las artes y la literatura.

Lo asombroso es que tenían todos esos conocimientos mucho antes de que los colonialistas españoles descubrieran que la tierra es redonda, e incluso antes de surgir el imperio maya, desde los olmecas o más atrás.

Desde esa remota época celebraban esa conexión de su agricultura con los astros en rituales los cuales semejaban más asambleas de trabajo que cultos al sol o a la luna, o a dioses como el temible y exigente Xipe-Topec (Señor el Desollado).

Tan es así que el equinoccio no figura en la historiografía antigua o moderna entre las fechas más relevantes de las culturas prehispánicas en la manera en que los entendemos hoy en día.

En el modo de vida maya los antiguos recintos como Teotihuacán con sus pirámides al Sol y a la Luna, Chichén Itzá en Yucatán, Monte Albán en Oaxaca, o Tlayacapan en el cerro del Tlatoani, más que lugares de culto eran observatorios para recaudar información y elaborar calendarios muy exactos que los aztecas desarrollaron también para saber cuándo sembrar y cosechar.

La modernidad tergiversó la historia, creó mitos y elaboró leyendas tragadas con gusto por la garganta profunda del turismo, y convirtió el impresionante juego de luces y sombras del sol y la luna sobre cuadrantes de la escalera del castillo de Chichén-Itzá durante el equinoccio de primavera, en una fábula que atrae a miles de personas.

La visión que se obtiene única y exclusivamente en esas épocas del año es como el desplazamiento real hacia la tierra, de una serpiente a través de una escalinata que aparentemente la baja por efectos de la proyección de luces y sombras, lo cual ocurre durante varios días, antes y después del punto exacto del cambio de estación.

En Dzibilchaltún, Yucatán, por ejemplo, a la gente les gusta estar a las 5:55 de la mañana del 21 de marzo porque según la leyenda, a esa hora el dios maya del Sol, Kin, se hizo presente en el Templo de las Siete Muñecas. La deidad Kin es leyenda, pero la aparición del sol entre los muros es real.

La verdad es que la fantasía con la cual se rodean las realidades, magia y hermosura del equinoccio en México, y el dominio maya sobre ese cambio estacional, funciona como una excusa de los noctámbulos y de quienes gustan empinar el codo, y pasar la noche a la intemperie desde la madrugada antes del equinoccio.

Muchos van vestidos de blanco como presuntamente Kin y los grandes jefes mayas, y celebran así el fuego nuevo o se hacen ‘limpieza’ del espíritu, recargan energías, rezan y suben a lo más alto de las pirámides a las que lamentablemente pueden dañar.

Este año la Covid-19 les impidió todo eso a mexicanos y extranjeros. Perdió el turismo, no la cultura.

mem/lma/gdc

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