Estoy muy contenta con mi actuación. Muchas personas creyeron imposible obtener otra presea, pero siempre confié en mí, dijo sonriente Ortiz, mientras su pose erguida dejaba entrever el orgullo propio de una leyenda del deporte. A pocos minutos de caer en la final de la división de más de 78 kilogramos ante la japonesa Akira Sone, la caribeña calificó de ‘hazaña’ el resultado, porque ‘padecí la Covid-19’ y ‘apenas pude entrenar dos meses y medio’.
Pese al adverso contexto, afirmó que siempre tuvo claro su designio: ‘ganar una medalla, y lo logré’, aunque ‘no fue una tarea fácil porque en este nivel todas las competidoras poseen muchísima calidad’.
La confianza de Ortiz no es casual, pocos deportistas pueden exhibir un currículo como el suyo, con metales de bronce en Beijing 2008, oro en Londres 2012, plata en Río de Janeiro 2016 y ahora esta nueva recompensa, luego de tantos ‘años de esfuerzos y entrenamientos’.
Asimismo, subrayó que luchó en busca de permitir que el judo cubano terminase con algún galardón, algo que logra en citas bajo los cinco aros desde Montreal 1976, con las excepciones de Los Ángeles 1984 y Seúl 1988, cuando la nación antillana no participó.
En una de las salas del Nippon Budōkan, espacio que recibió el judo olímpico –por vez primera- en Tokio 1964, Ortiz ratificó, además, que no es de esos atletas que se embriagan de éxito rápidamente.
Sin dudas, el guion de su carrera está lejos de acoplarse a esas situaciones, porque es capaz de adaptarse a los tiempos y dejar atrás el néctar de las victorias pasadas en aras de alcanzar otras conquistas.
¿Te despides aquí? Fue una de las preguntas, y respondió: ‘Eso no lo sabe nadie’, por lo que, tal vez, la también doble reina mundial cargue dosis de paciencia, espere con calma, haga sus maletas y viaje a París 2024, en pos de maximizar su huella en el contexto olímpico.
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