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Algunos pasajes sobre el actor cubano Enrique Molina

La Habana, 3 sep (Prensa Latina) El actor Enrique Molina, fallecido hoy, fue uno de los principales 'intérpretes de carácter' cubanos, según estudiosos y creadores como el también desaparecido realizador Eduardo Moya.

Este último director, a quien consultamos tras entrevistar a Molina en septiembre de 2004, lo consideró el ‘mejor actor característico de Cuba, ‘capaz de interpretar personajes de fuerza dramática en distintas obras sin que ninguno se parezca al otro’.

El aserto de Moya, quien dirigió entonces al intérprete en la obra televisiva Los comandos del silencio, tendría su equivalencia en la admiración del público ante un artista que no parecía actuar como los demás.

La trayectoria actoral de Molina, iniciada entre 1960 y 1970, tuvo un momento estelar en los 80′ con un programa televisivo de excepcional aceptación, En silencio ha tenido que ser, en el cual interpretó a un agente de inteligencia.

‘Cuando el director de la serie, Jesús Cabrera me llevó a Nicaragua para filmar, me dijo que mi personaje, Matías, debía morir en el primer capítulo. Pero acabó ‘viviendo’ durante todo el serial’, nos contaría Molina.

El hombre de Maisinicú, una obra también sobre la inteligencia cubana, fue su primera película entre las alrededor de 30 (junto a cortometrajes y otras obras), que lo llevaron a festivales de cine en Estados Unidos, Canadá, Bolivia, Perú y Colombia.

Su ficha cinematográfica aumentaría luego con Un paraíso sobre las estrellas (‘por el que más satisfacción siento’), Hacerse el sueco (‘en el papel de Pistolita’) y Derecho de asilo, (‘de cuyo papel de Sargento Ratón guardo un buen recuerdo’).

Molina popularizó también otros personajes como el Silvestre Cañizo de la telenovela Tierra Brava, un tullido bondadoso y corajudo; el temperamental Jeremías, en Destino Prohibido; y el Lenin de El Carillón del Kremlin.

Pero se declaraba incapaz de preferir a alguno por encima de otros. ‘Tú, como espectador sí puedes hacerlo, pero yo, que les doy vida los quiero a todos’.

Y, al argumentar porqué pensaba así, uno se daba cuenta de que realmente el mejor personaje de Enrique Molina era el propio Enrique Molina. Porque hasta la realidad lo probó en ocasiones como ‘actor de la propia vida’:

‘Una vez, estuve siete meses ingresado para que me hicieran varias intervenciones quirúrgicas y cambiar mi rostro para hacer un papel sobre José Martí’, intelectual criollo y apóstol de las guerras cubanas de independencia.

‘Fue a mediados de los 80’ –relató- cuando me escogieron para actuar como protagonista en una nueva versión sobre el Maestro, por lo que me sometí a una cirugía plástica de nariz, raíz del pelo, orejas, arrugas del cuello y párpados.

‘La operación fue en el capitalino hospital Joaquín Albarrán y la dirigió el doctor Williams Gil, a partir de un riguroso estudio sobre fotos de Martí, y de otros personajes interpretados por mí, como el propio Lenin.

‘Era un proyecto de 15 películas trascendentales liderado por Lilliam Llerena, quien estuvo 16 y 18 horas diarias a mi lado en el hospital, mientras me leía materiales sobre Martí, y luego trabajó conmigo en aquella idea unos dos años y medio’.

En el mundo del celuloide, cualquier proyecto cinematográfico puede colapsar por razones financieras, pero es de imaginar lo que sentió Molina cuando le informaron la clausura del proyecto por razones financieras.

‘Aquellas jornadas de sacrificio me debilitaron hasta el desmayo. En un mes bajé 42 libras. Cuando me dijeron aquello, me puse de pie del sillón donde estaba en una oficina y me fui de allí sin decir una palabra. Esa no fue la única vez que lloré mucho’.

Enrique Molina nació en Bauta (1943), pero la mayoría de edad actoral ‘la alcanzaría cuando me mudé a Santiago de Cuba en los sesenta’.

Allí se desarrolló inicialmente como actor aficionado, luego como profesional en el Conjunto Dramático de Oriente y, después, como fundador del canal Telerebelde, que abarcaría aquella región y luego sería también nacional.

Tras un curso sobre superación profesional en 1969, retornó a La Habana, en 1970, ‘junto a un maletín con poca ropa, pero lleno de sueños, y me detuve frente al edificio del actual ICRT’, donde sería recibido por consagrados entre los cuales luego se pasearía.

Luego de una breve incursión en las llamadas ‘teleclases’ para estudiantes locales, que comenzaban por entonces, Molina hizo la referida Los comandos…, junto a Salvador Wood, Rogelio Blain, Miguel Navarro, otros grandes intérpretes del audiovisual cubano.

Artífice del papel secundario, al que llevó a competir hasta con protagónicos suyos y de otros, cuando se vestía con la dramaturgia de directores y guionistas, Molina acababa sorprendiéndolos, incluso con criterios sobre el oficio de actuar:

—Al recrear la realidad -nos dijo aquel 14 de septiembre- el actor debe hacer como los niños: jugar en serio.

ga/apb

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