El actor cubano era conocido por ser genuinamente criollo en su quehacer profesional, debido a su apreciación de la cultura y el entorno como variables fundamentales para el mejoramiento humano, y también en virtud de su actitud cabalmente patriótica.
Tanto el teatro como las cámaras atestiguan esa cabalidad y un talento innato que descubrió de manera fortuita en su juventud, cuando formaba parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, a las que llegó tras integrar la Asociación de Jóvenes Rebeldes.
En su andar como artista aficionado por las unidades militares forjó su vocación -ampliamente realizada en el teatro, la radio, el cine y la televisión-, con incursiones en series inolvidables como Cuando el agua regresa a la tierra, Algo más que soñar, Sol de batey, El tesoro del Mallorquín, y otras que le granjearon el aplauso nacional.
Su maestría quedó registrada, igualmente, en el séptimo arte donde asumió roles diversos, complejos y derrochó histrionismo sin caer en encasillamientos. Resaltan entre esas producciones insignes Leyenda (1981), Se permuta (1984), Plácido (1986), La vida en rosa (1989), Caravana (1990), José Martí, el ojo del canario (2010) y Esteban (2016).
Quizá su cátedra más digna de estudio resultó el Conjunto Artístico Korimakao, fundado y dirigido por Porto desde el 13 de agosto de 1992 en la Ciénaga de Zapata, al sur de la occidental provincia de Matanzas, epicentro de su entrega a la formación de jóvenes generaciones de artistas.
En vida, el actor confirmó que Korimakao es una idea humanamente artística, nacida de una solicitud del expedicionario del yate Granma y comandante de la lucha insurreccional en la Sierra Maestra (1956-1959) Faustino Pérez.
“Me plantearon ayudar a organizar ese movimiento (…). Vinieron personas de La Habana, Camagüey, del oriente, de otros países a integrarse a ese grupo que soñaba llevar acciones artísticas no solo a la Ciénaga sino a toda Cuba”, recordaba con la modestia que le caracterizaba.
Allí constató una de sus máximas de vida: entender la creación artística como fuerza y empuje para la sociedad más allá de los escenarios y a favor de la cultura comunitaria, otra de las múltiples prioridades de la Revolución cubana, a la cual sirvió sin reparos ni cortapisas.
A lo largo de las últimas cinco décadas, Porto legó actuaciones distintivas y, a su vez, honró las enseñanzas que recibió a finales de década de 1960 en el otrora Instituto Cubano de Radiodifusión de maestros de la talla de Alejandro Lugo, Enrique Santiesteban, Reynaldo Miravalles, Raquel y Vicente Revuelta, José Antonio Rodríguez, Miguel Navarro, Verónica Lynn y Gina Cabrera.
En acto recíproco, su madera actoral fue laureada con disímiles reconocimientos: las órdenes Raúl Gómez García y por la Cultura Nacional, la Réplica del Machete Mambí del Generalísimo Máximo Gómez, que otorga el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Premio Nacional de Cultura Comunitaria, concedido por la cartera correspondiente.
Si bien el actor se despidió de la vida el mismo día que cumplía 76 años, no dijo adiós a un público que aplaude cada uno de sus personajes, a la comunidad con la cual contribuyó a transformar la Ciénaga de Zapata ni a la magnífica obra espiritual construida desde el arte.
A pocas horas de su desaparición física, el presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel, lo denominó en Twitter «patriota a tiempo completo», y ubicó su ejecutoria personal y social entre «lo más relevante en la cultura de nuestra nación. Que jamás se pierda su valioso legado ético y artístico”.
mem/jpm/cm
(*) Periodista de la redacción de cultura de Prensa Latina.
