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Cubano Tony Oliva y el esperado viaje a Cooperstown (+Foto)

pelotero cubano
Por Diony Sanabia

La Habana, 12 dic (Prensa Latina) La certeza del cubano Tony Oliva de pertenecer al Salón de la Fama del béisbol estadounidense se hizo realidad con su elección, por un Comité de Veteranos, para ingresar al recinto de Cooperstown, Nueva York.

Tres años atrás, en una helada mañana de diciembre, Prensa Latina conversó en Minnesota con el destacado exjugador, quien entonces afirmó que esa decisión estaba en manos de otras personas.

En 2014 fallé por un voto, es increíble, rememoró en alusión al veredicto de dicho grupo, específicamente del jurado de 16 miembros de la era «Días Dorados» (1950-1969), que lo tuvo en cuenta en 11 boletas, inferior al 75 por ciento de los sufragios requeridos para lograr el acceso al sitio de los inmortales.

Pero, yo estoy en el Salón de la Fama hace rato, con mi familia y mis amigos; quién iba a pensar que de Corralito, en la occidental provincia cubana de Pinar del Río, saldría un pelotero para competir en Grandes Ligas y estar en Minnesota, acotó emocionado.

Mi sueño es, si me dan la oportunidad de entrar a Cooperstown, dar las gracias a las personas que me apoyaron todos estos años, eso sería muy bonito, sostuvo, como anticipándose a lo que ya puede hacer.

Una estatua suya engalana una de las entradas del Target Field, el más reciente estadio de Mellizos de Minnesota, ese club que lo tuvo como jugador durante 15 temporadas desde 1962 hasta 1976, y que ahora, entre la veneración y el cariño, sigue demandando su experiencia.

¿Imaginarme tener ese monumento?, interrogó Oliva, de 83 años de edad, admirado hasta el delirio por amantes del deporte de las bolas, los strikes y los jonrones, y cuyo arribo a Estados Unidos para desempeñarse en la pelota como profesional se produjo en abril de 1961.

Tal vez, se pueda encontrar respuesta a esa pregunta con una mirada a sus estadísticas personales, sobre todo de 1964 a 1971, cuando logró desempeñarse a tiempo completo en el «Big Show» hasta una lesión en la rodilla derecha, que marcó el temprano declive.

Durante esas ocho temporadas, el jardinero cubano fue seleccionado siempre al Juego de las Estrellas, ganó la distinción de novato del año de la Liga Americana en 1964, sumó un guante de oro (1966), y tres veces resultó líder de average ofensivo (1964, 1965 y 1971) con 323, 321 y 337, respectivamente.

Nadie en la Gran Carpa conectó más imparables que Oliva en 1964, cuando logró 217, y asimismo fue insuperable en tal departamento en el circuito más joven en 1965, 1966, 1969 y 1970 con 185, 191, 197 y 204, en ese orden.

También en dicha liga, se convirtió en el jugador de mayor cantidad de dobles en 1964, 1967, 1969 y 1970 con 43, 34, 39 y 36, y en el primero de esos años resultó imbatible en las carreas anotadas (109) y el total de bases recorridas (374).

Cuando me lesioné la rodilla, ahí mismo se terminó mi carrera, en 1972 solo jugué 10 partidos, y después tuve cuatro años como bateador designado, pero no era lo mismo, la situación se puso cada vez más mala, recordó.

Sin embargo, consideró que si no hubiera sido por ese incidente, aunque nunca se sabe a ciencia cierta, aclaró, quizás hoy pudiera mostrar más de tres mil hits en sus números, y no solo los mil 917 que consiguió.

Entre risas, Oliva expresó que él tuvo una gran suerte en el cajón de bateo, donde se paraba en la parte izquierda, y le conectó a cualquier lanzador, con resultados superiores contra los equipos grandes en comparación con los pequeños.

Podía ir con los ojos cerrados a Boston para enfrentar a Medias Rojas, y bateaba, me salía bien todo ahí, precisó, aunque también mencionó al zurdo cubano Marcelino López como el pitcher que más fácilmente lo dominó.

De acuerdo con Oliva, él siempre ha tenido un amor inmenso por la pelota, desde los inicios en su tierra natal cuando jugaba de domingo en domingo y en cualquier oportunidad practicaba el bateo con sus hermanos, quienes le tiraban chapas de botellas o pedazos de tusas de maíz.

Hay que practicar con algo que se mueva, la vista debe acostumbrarse, si eso no se hace es más difícil batear, comentó el también instructor de esa parte del juego, para muchos la más compleja de todas.

Oliva rememoró que fue Roberto Fernández Tápanes, un jugador profesional, quien vio condiciones en él para desempeñarse en las Grandes Ligas estadounidenses, y así contactó con Joe Cambria, cazatalentos por aquel entonces en Cuba de Mellizos.

Me firmaron en 1961, llegamos 22 cubanos juntos, quienes salimos el 11 de abril de nuestro país a México, y de allí a Estados Unidos, llegamos tarde al campo entrenamiento en Florida, contó.

Tras varios días de pruebas, no había cupo para mí, me dieron la liberación, me dijeron «vete para la casa», pero entonces no existían formas para regresar a Cuba, sin vuelos de aviones, sin barcos, por la invasión de Playa Girón, explicó.

Así, Oliva se integró al equipo Wytheville, de la Liga menor de los Apalaches; en 1962 jugó con Charlotte y subió por primera vez a Mellizos en la Gran Carpa; y al siguiente año defendió a Dallas-Fort Worth, y también llegó al máximo nivel, pero ambas estancias fueron muy breves.

Ese cambio fue brusco, nunca había jugado de noche ni tanto de manera seguida, el cuerpo me dolía, pero el amor por la pelota me salvó, me dediqué a lo mío, tuve confianza en mi bate y en mejorar el fildeo, y muchos compañeros me ayudaron, subrayó.

Precisó que lo más difícil entonces era no saber cuándo volvería a ver a su familia en Cuba; «uno tenía un día muy bueno en el terreno de juego, y cuando regresaba a la habitación para descansar, muchas veces estaba llorando con una tristeza enorme, fue duro, una parte muy dura», enfatizó.

El reencuentro de Oliva con su mamá y la hermana Fela se produjo en 1970 en México, donde jugó béisbol invernal vistiendo la franela de Cañeros de Los Mochis con la condición de que sus allegados pudieran visitarlo allí.

Después, apuntó, fui a Cuba y resultó algo muy bonito reunirme con toda la familia y los amigos; «cuando pisé la tierra pensaba que estaba todavía en el aire», agregó.

Según Oliva, en uno de los viajes a la isla caribeña acudió a entrenamientos de la selección nacional cubana, y en prácticas enfrentó al gran lanzador Braudilio Vinent en La Habana.

Fue una experiencia muy grande para mí, ese muchacho estaba tirando pelotas que parecían aspirinas, a 95 o 96 millas por hora, y yo llevaba meses sin jugar, aunque en aquel tiempo le daba a todo el mundo, evocó.

Paré aquello tras unos 10 lanzamientos, relató, y fui a decirle al mentor Servio Borges que eso eran solamente prácticas, y me respondió que estaban probando a Vinent para ver si integraba el equipo Cuba.

Regresé, y entonces Vinent siguió tirando más duro todavía, me concentré, y no di ni un foul, conecté duro todas las bolas, como 45, y saqué dos o tres del estadio, aseguró antes de afirmar que también le bateó en Pinar del Río a Julio Romero y a su hermano Juan Carlos Oliva, igualmente lanzadores de primer nivel.

Los equipos Cuba de aquella época podían jugar con los de Grandes Ligas, y ganar y perder; por Juan Carlos conocí a Agustín Marquetti, Armando Capiró, Antonio Muñoz y Alfonso Urquiola, y eran peloteros muy buenos, como había otros, consideró.

Más adelante, mencionó a Luis Giraldo Casanova y Omar Linares, el último calificado en su época de mayor esplendor, de finales de los 80 a finales de los 90 del siglo pasado, como el mejor jugador amateur del mundo.

Casi al final del diálogo en los vestidores del Target Field, Oliva manifestó que ahora le gustaría una selección cubana con los mejores peloteros «jueguen donde jueguen».

Por otra parte, confesó que participar en el Clásico de Otoño de 1965, cuando Mellizos cayó 3-4 ante Dodgers de Los Ángeles, fue el momento más importante de su carrera, más allá de los múltiples reconocimientos individuales.

Llegamos a la Serie Mundial, algo con lo cual todo pelotero sueña desde el campo de entrenamiento, y vimos y disfrutamos esa gran felicidad de los jugadores y los fanáticos, destacó.

jdg/dsa

 

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