La peor crisis económica y financiera en décadas destruyó ese pasado que todos recuerdan con añoranza, pues se permitían gastos hasta por encima del presupuesto, a sabiendas de una garantía del mañana.
Pero en los días que corren, ocho de cada 10 libaneses cayó por debajo del umbral de la pobreza ante una depreciación récord de la moneda nacional, mientras los salarios siguen siendo los mismos.
Los precios de la canasta básica treparon en niveles insostenibles para 90 por ciento de los libaneses que carecen de acceso a las divisas.
De 2019 a la fecha, un colapso económico brutal redujo a mínimos el apogeo comercial beirutí y el déficit energético apagó las calles ahora envueltas en tinieblas.
Las vallas publicitarias que antes brillaban a toda luz se mantienen apagadas frente a una realidad de una o dos horas diarias de servicio que puede ofrecer la compañía de electricidad (Electricite du Liban).
En el centro de Beirut, donde solían concentrarse la mayoría de establecimientos con marcas de lujo, hay letreros que reflejan su actual estado: “estamos cerrados”.
Hamra, otrora calle sobresaliente en el ámbito comercial, hoy muestra poco del ambiente navideño con gran parte de sus vidrieras tapadas y las que persisten no ofrecen detalle alguno de los valores de los artículos.
Tenderos y vendedores están pendientes de cómo va la libra libanesa en relación con el dólar estadounidense, porque de esa fluctuación depende el precio que dirán a los clientes.
Las avenidas beirutíes se transformaron en un verdadero torbellino a causa de que las autoridades municipales carecen de presupuesto para mantener los semáforos encendidos y rige la ley de la selva en el caótico tráfico vehicular.
Un transeúnte abordado por Prensa Latina resume la situación: “esto es ahora Líbano, sea Navidad o cualquier día, se terminó la alegría”.
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