La tercera de las siete primeras villas fundadas por los conquistadores españoles tuvo su nacimiento en enero de 1514.
El pasado 8 de diciembre la llamada Ciudad Museo del Caribe arribó al aniversario 33 de que su centro histórico urbano, junto al valle de los Ingenios, fuera declarado por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Paso a paso va reanimándose, tras tanto tiempo de permanecer en una imperante calma –sin el habitual ir y venir de turistas nacionales y foráneos- a causa de la Covid-19.
En opinión de estudiosos, su centro histórico urbano constituye uno de los conjuntos más notables de Cuba y de América Latina.
La villa, entre montañas y mar, suma al citado reconocimiento de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) los títulos de ciudades Artesanal del Mundo y Creativa.
Visitar la urbe es darse el lujo de retornar a una época lejana, es poder disfrutar de las azules aguas de sus playas y apreciar la más delicada de las artesanías delineadas en finos bordados y tejidos, así como artísticas obras en barro.
Es adentrarse en callejuelas y plazoletas, conocer de historias y leyendas trasladadas de generación en generación.
Hasta los nombres de sus calles permanecen en el tiempo, por lo que pueden tener apelativos poéticos o relativos al Santoral, y aunque algunas hablan de Dolores, Amargura y Desengaño sus habitantes son felices allí.
Casas, iglesias, calles y esa entrañable atmósfera, donde se funden realidades y mitos, forman parte de esa magia que cautiva al visitante y lo hace regresar una y otra vez.
Relevantes personalidades llegaron hasta esa localidad, como el sabio alemán Alejandro de Humboldt, catalogado por el educador cubano José de la Luz y Caballero como el segundo descubridor de Cuba.
Hoy, como siempre, el hechizo que ha sabido preservar esta ciudad y el particular calor humano de sus habitantes, continúa siendo su principal atractivo.
mgt/mpg