Quienes lo vieron, sobre todo al encumbrarse en el olimpo, llegaron a decir que los saltos del estadounidense desde la plataforma o el trampolín tenían visos de algo sobrenatural, pues burlaba la ley de la gravedad y, tras sus piruetas endemoniadas, el agua cortada por su cuerpo casi ni se inmutaba. Poseía una combinación ideal en su anatomía para ligar fuerza y flexibilidad, unido a mucho talento.
Para Greg fue el deporte un verdadero bálsamo, porque en la pubertad le hizo enderezar el camino luego de una infancia complicada, en la cual se mezclaron sus problemas de salud (dislexia y asma) con la adicción al tabaco (nueve años) y la marihuana (12).
Su primer éxito llegó a los 11 años de edad –dos después de balancearse por primera vez en los trampolines-, con una puntuación máxima en las olimpiadas infantiles de Colorado Springs. Lo ayudó la práctica del ballet y la gimnasia, cuyos movimientos combinó.
Apenas un lustro más tarde integró la escuadra olímpica a los Juegos de Montreal 1976, donde fue segundo en plataforma.
Estuvo ausente en Moscú 1980, como todo deportista norteamericano, y reapareció en Los Ángeles 1984 para colgarse el oro en el trampolín, con una abrumadora ventaja de 92,10 puntos, y repitió en el estrado fijo.
Entonces, su entrenador, Ron O´Brien, pronunció una frase célebre sobre él: “Creo que en ningún deporte nadie se ha acercado tanto a la perfección”.
Acumulaba Greg 19 victorias consecutivas en 1987 en competencias, aval con el cual al año siguiente participó en la olimpiada de Seúl, donde fue el protagonista de un episodio al mismo tiempo trágico y heroico.
Ronda clasificatoria en trampolín. Cumple el noveno salto. Un fallo, su cabeza golpea el tablón. Al agua desmayado, rescatado e inconsciente por 20 minutos. Media hora más tarde salió vendado para concluir la etapa.
Con 24 horas de descanso concurrió a la final. El chino Xiong Li, de 14 años –la mitad de los de Gregory-, lo presionaba peligrosamente con ventaja mínima. El campeón defensor tomó el reto. Ejecutó un medio salto mortal hacia atrás. Su perfección le dio la puntuación indispensable para el éxito. También lo consiguió en plataforma.
Al regreso de Sudcorea tomó el camino del retiro, con un palmarés que incluía además cinco coronas en campeonatos del orbe, seis en Juegos Panamericanos y 47 en Estados Unidos.
En 1994 asombró desagradablemente al mundo con la revelación de un bien guardado secreto: la sangre vertida en la piscina de Seúl estaba infectada con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH).
Ya Greg sabía de su contagio antes del certamen, en el cual, a escondidas, engullía cada cuatro horas su antirretroviral AZT.
Actuó de forma irresponsable, pues pudo infestar a quienes limpiaron su herida o al médico que lo atendió, o incluso a otros competidores, ajenos a su padecimiento. Todos dieron negativo en exámenes posteriores.
Y el mundo que lo mimó, también lo perdonó.
(Tomado de Orbe)