El rotativo ilustra como varios menores murieron por disparos de sus padres, de amigos, de otros niños, de extraños o producidos por ellos mismos en estados como Ohio, Texas, Arkansas, Kansas y Carolina del Sur, entre otros.
Todos ellos murieron en una epidemia única en Estados Unidos, donde, de media, al menos un niño recibe un disparo cada hora de cada día. Muchos sobreviven, pero muchos otros no, subrayo el Post.
En la capital del país, nueve niños murieron en homicidios con armas de fuego el año pasado. En Los Ángeles, 11 recibieron disparos mortales. En Filadelfia: 36. En Chicago: 59. Esas cifras no incluyen los cientos de otros niños que murieron en tiroteos accidentales y por suicidio, puntualizó.
No se sabrá cuántos murieron por la violencia de las armas el año pasado hasta que los Centros de Control y Prevención de Enfermedades publiquen sus datos dentro de unos meses. Pero en 2020, el número superó los dos mil 200, con mucho el total más alto de las últimas dos décadas, y se espera que el recuento de 2021 sea peor, alerto el diario.
La larga lista incluso refleja que los bebés son asesinados a tiros, pero la gran mayoría de las víctimas jóvenes son adolescentes. Los niños negros tienen más de cuatro veces más probabilidades de morir en tiroteos que los blancos, según los datos de los CDC, aunque los niños blancos son mucho más propensos a usar armas para quitarse la vida, reseña el Post.
A menudo, los niños muertos por las balas son recordados sólo por breves noticias o angustiosos obituarios. Pero la forma en que vivieron es tan importante como la que murieron, opinó el Post.
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