El 5 y el 6 de septiembre de 1944, la hoy hermosa metrópolis marítima y puerta del río Sena al mar quedó reducida a escombros bajo las bombas de los aliados, en respuesta a la negativa de los ocupantes nazis a rendirse.
Más de tres mil 200 toneladas de bombas y 40 mil artefactos incendiarios cayeron sobre ella, cuyo centro prácticamente desapareció, solo el teatro permaneció en pie, y el 80 por ciento de los edificios fue destruido.
La guerra hirió de muerte a la urbe, inmortalizada a finales del siglo XIX por el movimiento impresionista y las obras de Eugène Boudin, Claude Monet y Camille Pissarro.
“¡A El Havre, herido por Francia, pero vivo! ¡Y que será grande!”, escribió el general Charles de Gaulle el 7 de octubre de 1944 en el Libro de Oro de la ciudad portuaria ya liberada, una suerte de profecía que el tiempo y el esfuerzo humano se encargarían de hacer realidad.
Artífice del milagro fue sin dudas el arquitecto Auguste Perret, quien lideró la elaboración de los planes para la reconstrucción de la joya normanda, materializados entre 1945 y 1964.
Destaca entre las edificaciones la iglesia de Saint-Joseph, un templo futurista de 107 metros de altura, símbolo del renacimiento de la ciudad y homenaje a los miles de sus hijos que perdieron la vida en la contienda bélica, templo que con buenas condiciones del clima puede apreciarse, cual faro, a 60 kilómetros de distancia.
La cuarta iglesia levantada en el lugar abrió al público el 23 de marzo de 1959 con su hermoso diseño en hormigón armado y los impresionantes vitrales de la artista Marguerite Huré, y ese día compensó, en parte, el dolor de la misa celebrada en 1945 con las ruinas de la otrora catedral como testigo.
También emblema de la reconstrucción de Francia y de Europa tras la guerra es el ayuntamiento, ubicado en el corazón del centro de la urbe, un sitio ineludible para locales y turistas, vigilado por una torre de 72 metros con un mirador en su cumbre.
Otro monumento icónico lo aportó el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, obra bautizada El Volcán, que representa un contraste atractivo entre las fluidas líneas libres del genio sudamericano y los contornos ortogonales y majestuosos de Perret.
(Tomado de Orbe)