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Agustín Hernández Carlos, el maestro cubano de Piedrecita (+Fotos +Video +Audio)

La Habana (Prensa Latina) Agustín Hernández Carlos es hijo de campesinos, lo que en buen cubano y pleno de orgullo sería decir guajiro natural; pero el empeño lo hizo artista y su gratitud lo convirtió en el querido maestro de Piedrecita.

Por Yelena Rodríguez Velázquez

Periodista de la Redacción de Cultura

El mineral da nombre a un pequeño poblado en la provincia de Camagüey que visto desde el mapa, parece justo un fragmento de roca y, al acercarlo, se perciben las líneas rectas y curvaturas de sus calles franqueadas por una línea ferroviaria.

En esta piedra que se “atravesó” en el camino de Hernández Carlos podría decirse, empezó su práctica como escultor. Ahí comenzó a tallar su historia, o al menos, su raíz como maestro, la que le enorgullece y siente verdaderamente suya, afirmó en exclusiva con Prensa Latina.

Durante un año académico llegó al pueblito, en lo que se conocía como un tractor-bus, un joven recién graduado en la especialidad de cerámica del nivel medio de la escuela de artes plásticas, dispuesto a “comerse el mundo” por consumar ensueños.

“Simplemente quise ser consecuente con lo que me sucedió”, confesó. Y en ese apostarlo todo por los decretos de su corazón llevó el arte a otros niños de familia humilde y rural para transmutar su realidad y, sin ser una pretensión a priori, convertirlos en artistas.

Primero como estudiante y luego como instructor, Hernández Carlos logró sus designios. Lo hicieron posible la imposición ante peliagudas circunstancias y la existencia de un programa de enseñanza artística en Cuba, que concibe en su eslabón las llamadas Casas de Cultura para influir en la educación estética de los ciudadanos.

Bien recuerda al inmaduro maestro, recién egresado como él, que le enseñó “con divina paciencia cómo agarrar el lápiz para lograr mejores trazos en la pintura y le hizo descubrir el encanto de una naturaleza muerta”. También evoca a su maestra Marta Jiménez en las clases de cerámica.

Tocar y sentir el olor y la textura de los materiales por primera vez en su natal Florida, produjo una sensación indescriptible para el adolescente de ese tiempo y el hombre de ahora.

Lo que sí puede traducir es el calor fraternal del agradecimiento de aquellos niños de Piedrecita, el estremecimiento de ser maestro, la sacudida que siente por ser parte de su formación y crecimiento y ver a muchos de ellos graduados en artes visuales.

Ya lo describe con exiguas palabras, “lo primordial es el alumno” y la presunción infinita es saber que forjaste “a un humano sensible con lo que sucede a su alrededor, con intereses y criterios propios, más allá del artista”.

San Alejandro

Esta historia sería difícil contarla de otro modo. La conexión con ese ambiente rural y la sapiencia artística y pedagógica adquirida a base del método heurístico de prueba y error, crearon el soporte para modelar al Agustín Hernández Carlos que arribó a La Habana para apostar por nuevos horizontes.

Convencido de su apego al magisterio, la entonces Academia de Artes Plásticas Eduardo Abela Villareal lo recibió y, más tarde, la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro donde afianzó la cerámica como modo de expresión e instrucción y donde permanece.

HCarlos, como suele firmar sus trabajos, tiene como emblema el amor y la dedicación para “integrarse a un colectivo de alumnos y colegas que se convierten en amigos y lidiar con las diferencias de conceptos pedagógicos o la existencia de metodológicos encontrados”.

Él está seguro que lo hermoso radica precisamente en la diversidad y el trabajo en equipo, y trata de imprimir ese discurso en su obrar y en los estudiantes.

Le gusta mucho realizar lo que denomina “clase de crítica en conjunto” porque despierta del letargo al alumno rezagado, aporta nuevas proyecciones al laborioso y ayuda a la progresión colectiva, incluso del profesor.

Según manifestó, una de las perspectivas actuales en el nivel medio superior de la enseñanza artística en Cuba es que el estudiante aspire a profundizar en su formación, continúe hacia el nivel superior como una meta.

Lo ideal sería lograr que esa llave penetre y decodifique las cerraduras empotradas, sobrepuestas, tubulares, cilíndricas y digitales para evitar “Cicatrices”, tal y como nombró en 2001 una exposición personal.

Da testimonio un escultor de escuela que penetró en el oficio de la cerámica llevándola al carácter escultórico, instalativo y otros formatos propios de la contemporaneidad, trabajando además el arte digital, la pintura, la restauración y conservación.

Si no existe el deseo, el trabajo y la voluntad del individuo-artista-pedagogo no habrá nunca un buen resultado. Es preciso dosificar cada uno e impedir que el ego, si algún día estuvo ahí, se interponga en el proceso creativo-comunicativo-pedagógico”, sentenció.

La Academia, elección siempre

Con una obra reconocida, treinta y tantos años y teniendo en su hacer bustos, retratos, murales pictóricos y monumentos como el del mayor Ignacio Agramonte en Jimaguayú y el de Ernesto Che Guevara en la Loma del Taburete, Agustín Hernández Carlos apostó otra vez por la academia y se propuso cursar el Instituto Superior de Arte (ISA).

“Cuando conoces el sistema de enseñanza artística te percatas de ciertos “vacíos” teóricos que necesitas llenar como profesional”, aseguró. Por esta razón se fue al ISA y “agarró” bien los conocimientos que considera deben tener un artista para superarse.

“¿De qué sirve desarrollar una buena obra, si no eres capaz de entenderla en profundidad, teorizar sobre ella y lograr un proceso emocional y cognitivo?”, lanzó esta pregunta retórica. La fórmula incentiva a la reflexión y queda lejos de imposiciones y absolutismos.

“La academia no es una camisa de fuerza y esto lo evidencia por ejemplo, el arte Naif, logrado por los nombrados ingenuos que, sin embargo, desarrollan en muchas de sus obras la agudeza de la espontaneidad y el autodidactismo”, agregó.

“El arte es libre porque es un fenómeno subjetivo. El creador debe apostar por su obra, concepto, idea, estrategia y, muchas veces por desgracia, enfrentarse a la disyuntiva de “hacer lo que genera mejores ingresos o aquello que más le apasiona”, declaró.

HCarlos aboga asimismo por la presencia de una cátedra donde se tracen estrategias asociadas quizás a la semiótica para favorecer la comunicación entre individuos, sus modos de producción, funcionamiento y recepción.

No separa al creador del maestro, o viceversa, en esa dualidad habita siempre. Para él, ser artista, enseñar y estudiar en Cuba es un reto y una bendición que obliga a batallar con molinos de viento, cual caballero Don Quijote, y/o premia con el goce del público ante sus proyectos, cual Melquiades de Macondo.

arb/yrv

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