Apenas recuerdos en familia trajeron en esta ocasión aquellos “culecos” o “mojaderas”, el alma de las tradicionales fiestas, cuando el “guaro” (licor) y la música matizan potentes chorros de agua que empapan a bailadores en céntricas avenidas de la capital del istmo y en toda la nación canalera.
Pero otras veces esos días de jolgorio también han sido cancelados, ya sea por motivos sanitarios o crisis política, aseguran historiadores.
El primer carnaval en ese país se celebró de manera oficial en 1910, reglamentado por el entonces presidente, Carlos A. Mendoza, aunque algunos textos lo atribuyen a un decreto del alcalde citadino José Agustín Arango.
Aquellas fiestas tenían como escenario al Teatro Nacional, en el Casco Antiguo, y luego, en 1940, se trasladaron al estadio Juan Demóstenes Arosemena.
La invasión militar norteamericana a Panamá el 20 de diciembre de 1989, que sembró muerte y caos en barrios humildes como El Chorrillo, originó que hasta 1991 no tuvieran lugar los añorados festejos.
En 2000, un brote de hantavirus en las provincias de Los Santos y Herrera también obligaron a declarar estado de urgencia de salud en esos territorios y la suspensión de los carnavales allí.
Al igual que en 2021, el presente calendario la pandemia privó a los panameños de su reunión favorita, en medio de una cuarta ola de la enfermedad, motivada por la variante ómicron del coronavirus SARS-CoV-2.
El decreto ejecutivo estableció prohibiciones para evitar la aglomeración de personas en festividades públicas, bailes, paseos, ferias y “cantaderas” en bares y restaurantes.
Los panameños se tuvieron que conformar con ir a las playas o viajar como turistas a lo largo de la geografía nacional.
El multitudinario entierro de la sardina, costumbre de más de 120 años que signa el fin de las fiestas; o el Miércoles de Ceniza, que reúne a religiosos en sus templos para confesar pecados, deberán esperar hasta 2023.
(Tomado de Orbe)