Intentemos contarlo como lo habría hecho el autor galo.
El caso es que la provincia se asienta en el delta del río Mekong, una zona muy baja del sur del país donde la salinidad aumenta por año debido al ascenso del nivel del mar, para infortunio de una población que en su mayoría vive del cultivo del arroz.
Los bolsillos de los agricultores se lo estaban sintiendo y, como remedio, empezaron a sembrar dos variedades del mencionado alimento resistentes al agua salada.
Sin embargo, ni siquiera así la cuenta daba, y de tanto pensar y pensar hicieron como Loppi, el personaje del cuento de Laboulaye: “El camarón puede sacarnos del apuro”, se dijeron.
Ya desde hace algún tiempo en los canales de regadío de las plantaciones coletea una variedad de estos crustáceos típica de las aguas salobres y que no solo remendó los bolsillos de los arroceros de Tien Giang, sino que también comenzó a llenárselos como nunca antes.
El método de crianza es el extensivo: basta con soltar las crías en las acequias, pues ellas solitas se alimentan, crecen y se multiplican. En la etapa contraria a la cosecha del arroz, camarón que se duerme… al mercado se le lleva.
Tan bien le va a la mayoría que, si bien antes ese cereal era su principal medio de sustento, ahora lo es el bendito marisco. Los ingresos anuales por hectárea promedian unos dos mil 600 dólares y algunos agricultores tienen cuatro o cinco hectáreas.
No todos en la zona se han iniciado en el doble negocio, pero el mar sigue avanzando por el subsuelo de la provincia y son cada vez más los que, con el agua hasta el tobillo y guataca en mano, van musitando una frase que nunca leyeron, pero que todos repiten: “Camaroncito duro, sácame del apuro”.
(Tomado de Orbe)