Declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura en 1989, tienen alrededor de 1,7 kilómetros de ancho y 108 metros de altura, y los operadores turísticos las presentan como un exótico abismo.
Tal acierto de la naturaleza es conocido también como las Mosi-oa-Tunya, que se traduce como el “humo que truena”, debido a la estrepitosa sonoridad del agua que se precipita y corre, mientras caen de su borde unos 935 metros cúbicos del líquido por segundo.
Su tamaño es casi el doble de las cataratas del Niágara, en Canadá y Estados Unidos, y compite con la de Iguazú (Argentina y Brasil) y los saltos del Moconá (también en esos dos países sudamericanos).
No obstante, la fastuosidad de esta maravilla africana sufrió los embates del cambio climático, y en 2019 se vio impactada por una grave sequía en algunas de sus partes que amenazó con convertirla “en un simple goteo”, según la hipérbole de un medio británico de comunicación.
Tanto del lado de Zambia como de Zimbabwe, existen parques nacionales que fueron recuperándose después del citado problema, el peor en décadas, a juicio de muchos.
Según estudiosos, estos saltos de agua demoraron cinco millones de años y múltiples movimientos tectónicos para formarse como una joya del medioambiente de África.
(Tomado de Orbe)