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Nikolai Leónov, el siempre fiel amigo ruso de Cuba

Por Jorge Petinaud
La Habana, (Prensa Latina) Marcado por las casualidades, el teniente general (retirado) de la KGB, Nikolai Leónov (1928-2022), murió en Moscú este 27 de abril, exactamente 59 años después de la llegada a la Unión Soviética del líder histórico de la Revolución, Fidel Castro.

Con su partida el pueblo cubano perdió a uno de sus más fieles amigos en Rusia y en todo el mundo.

Lo conocí en 2005 en la sede de la embajada de nuestro país en la Federación eurasiática cuando ya apartado de sus funciones militares ocupaba un escaño como diputado del partido Patria (Ródina) en la Duma estatal (cámara baja).

Disuelta la Unión Soviética con la consecuente imposición del más salvaje capitalismo neoliberal, muchos de los antiguos amigos que acudían a las recepciones en esa legación diplomática pusieron en los primeros años de este siglo una prudencial distancia en relación con el primer país socialista del hemisferio occidental.

Sin embargo, en aquellos momentos en que la “Isla de la Libertad” parecía pasada de moda, el legislador Leónov nadaba a contracorriente.

En cada tribuna disponible era un abanderado de la lucha contra el bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos y en particular de la campaña por la liberación de los cinco antiterroristas que permanecieron presos durante varios lustros en territorio norteamericano por tratar de impedir acciones violentas contra su país.

Su presencia resaltaba entre los integrantes de la Asociación de Amistad Rusia-Cuba en cada velada que desarrollaba la embajada en fechas significativas como el 1 de enero, el 26 de julio y especialmente el 2 de diciembre, conmemoración de la fundación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Precisamente conversamos por primera vez en una recepción a propósito del aniversario 49 del desembarco del yate Granma, y aquel hombre erudito de mirada azul iluminada y penetrante ganó mi simpatía y mi curiosidad con su expresión:

-¡No puedo fallarle a Raúl en este día!

Después, en infinidad de conversaciones y entrevistas que dieron origen a nuestra amistad supe que su relación con Cuba nació precisamente cuando conoció a bordo de un barco en que viajaba a México para estudiar español en la Universidad Autónoma al actual General de Ejército y líder de la Revolución, Raúl Castro.

Tras el reencuentro casual en la capital mexicana en 1955, por conducto del joven asaltante al cuartel Moncada conoció a Ernesto Che Guevara, de quien sería traductor durante un viaje por Asia después del triunfo del 1 de enero de 1959.

El vínculo con el médico argentino a quien entregó una tarjeta de presentación en México le costó la revocación de su beca en ese país, cuando el documento le fue ocupado durante un arresto en una de las casas habitadas por los futuros expedicionarios del Granma.

Hombre marcado por las casualidades, esa misma desgracia propició después de 1959 que fuera seleccionado como traductor de la primera delegación que viajó a Cuba encabezada por el primer vicepresidente del Soviet Supremo de la Unión Soviética, Anastas Mikoyán, con lo cual restableció su hermandad con Cuba y sus dirigentes.

Además de la leyenda del hombre de origen humilde que sin “sombra que lo cobijara” fue uno de los más sobresalientes estudiantes de su curso en el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú, en Leónov resaltaba su cultura erudita, en el sentido más amplio de la palabra.

Esos saberes los volcó en diversos volúmenes entre los que figuran La lucha de la Iglesia con el Estado en México (1965), Ensayos sobre la Historia Moderna y Contemporánea en América Central (1975), Omar Torrijos: Yo no quiero pasar a la historia, quiero entrar en la Zona

del Canal (1990), Fidel Castro: biografía política (1998, en coautoría con el doctor Vladimir Vorodaev) y Raúl Castro, un hombre en Revolución (2016), entre otros títulos que lo vinculan con Latinoamérica y en especial con Cuba.

Doctor en Ciencias Históricas y eminente profesor, dialogar con él resultaba una experiencia cautivante porque su bagaje teórico siempre estaba respaldado de vivencias rayanas en lo increíble, que se agigantaban por la franqueza de sus análisis.

Con su humildad en el trato “a mis amigos cubanos”, Leonov parecía solapar las condecoraciones que ostentaba, entre las que figuraban la Orden Estrella Roja, la Orden de la Revolución de Octubre y la de la Bandera Roja del Trabajo, por solo citar alguna de las más altas distinciones de la Unión Soviética y de Rusia.

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Aquella tarde de 2016, desde un sillón de madera dura y sentadera de cuero en la sala de su casa, en el centro de la capital de Rusia, los ojos azules del teniente general (retirado) de los servicios de inteligencia soviéticos brillaban a más de medio siglo de aquel 27 de abril de 1963, cuando el autor de La Historia me Absolverá llegó por primera vez a la Unión Soviética.

Como preámbulo de la plática, con la sonrisa franca de siempre, el también autor de la primera biografía sobre el General de Ejército Raúl Castro, tocó ambos brazos del sillón de madera dura y sentadera de cuero y expresó un agradecimiento especial.

«Es el principal tesoro en esta casa. Me lo regaló Fidel y para mí nada vale tanto», confesó.

Después, con un español fluido desarrollado en largos años de servicio en tierras de América Latina, y casi a la edad de 88, Leónov parecía mirar al barbudo alto, vestido de verde olivo, que tras 12 horas de vuelo comienza a descender en Múrmansk del Tu-114 de fabricación soviética.

«La primera visita del Comandante en Jefe Fidel Castro a Rusia tiene un gran interés internacional e histórico incluso ahora, porque ni antes ni después, la Unión Soviética o mi país, independientemente del nombre que lleve, ha recibido un invitado con tantos honores», recordó el traductor de entonces.

El oficial jubilado aseguró que «no hubo una visita de estadista que durara tanto tiempo, porque fueron más de 40 días, lapso durante el cual Fidel recorrió casi todo el país, desde Siberia hasta Ucrania, desde el norte de Múrmansk hasta Georgia y Uzbekistán».

El autor de varios libros sobre héroes latinoamericanos subrayó que ningún otro estadista ha tenido la oportunidad de realizar una visita tan grande, tan profunda y tan importante por sus consecuencias.

«Por parte de la Unión Soviética, cuyo jefe era Nikita Jruschov, el deseo histórico básico era, como dijimos nosotros, restañar las heridas que quedaron en el pellejo soviético tras el desenlace de la Crisis del Caribe de 1962», explicó el también historiador.

Añadió que «Jruschov resolvió las cosas directamente con Estados Unidos, sin consultar con Fidel, y claro, esa actuación dejó una huella muy dolorosa en la conciencia de muchos cubanos de aquella época y en el corazón de Fidel también».

Leónov opina que Jruschov quería que se olvidaran todos estos rasguños y heridas, y por eso abrió todas las puertas posibles e imposibles, e inaccesibles para otros estadistas del Occidente o el Oriente para satisfacer al héroe de la Sierra Maestra.

«Él no solamente vio submarinos nucleares soviéticos de aquella época, sino que se metió dentro de uno para ver cómo funcionaba –continuó el testimoniante–, cómo estaba organizado, incluso quiso ver un cohete instalado en el sumergible, y también se lo enseñaron».

Advirtió que «visitó una base de cohetes intercontinentales, guardados en los silos estratégicos, ningún estadista, nunca más, ni antes, ha tenido acceso a este tipo de bases coheteriles».

«Por sus méritos revolucionarios, Fidel fue condecorado con la Medalla de Oro y la Orden Lenin, que significaba el grado de Héroe de la Unión Soviética, honor raras veces conferido a un extranjero», acotó quien acompañó al visitante durante todo el periplo.

El oficial de alta jerarquía recordó que el estadista cubano fue honrado como doctor Honoris Causa de la Universidad Lomonósov de Moscú, por sus aportes a la ciencia política.

«Sin embargo, lo más importante para Fidel era conocer por dentro a la Unión Soviética, entender dónde estaba la raíz del socialismo, por qué el estado multinacional llegó a ser tan poderoso», indicó.

En opinión de Leónov, el líder cubano encontró la respuesta en dos factores, y el primero es el pueblo.

«La forma de recibir a Fidel no tiene otro paralelo, sin ningún tipo de presión ni llamado por radio o televisión, la gente salía a las calles espontáneamente para aplaudirlo, eso se puede ver en las fotografías de aquella época, que la gente incluso arriesgaba la vida a veces, se subían en los árboles, en los balcones, en las ventanas para ver al héroe cubano. Algo increíble», rememoró.

Leónov estimó en 25 kilómetros la longitud de la hilera de personas que salió a las calles para recibir al estratega de la primera gran derrota de Estados Unidos en América Latina y el Caribe, en Playa Girón.

«Dondequiera que estuviera Fidel lo recibía la gente con un entusiasmo y una simpatía que nunca yo he visto más en estos 50 años, no he visto un estadista que recibiera tantas expresiones de cariño, de simpatía, de solidaridad», dijo el testigo de excepción.

Agregó que «otra experiencia que captó el comandante cubano es el papel del Partido, porque dondequiera lo recibía siempre la jefatura de esa organización; en la región, la república, dondequiera, y él veía que el esqueleto de la nación, el esqueleto del Estado, era el

Partido».

En su opinión, esta vivencia sirvió para enriquecer la experiencia política de Fidel Castro.

«Fue una visita, en resumen, que como le digo, no tiene absolutamente ningún paralelo en la historia de los contactos internacionales de Moscú con otros estados».

Al explicar la simpatía y popularidad generalizada del líder cubano entre los soviéticos de entonces y los rusos de hoy, Leónov consideró que se debe a su prestigio como revolucionario de leyenda.

«Nadie sabe ni nadie vio las escenas del asalto al cuartel Moncada, hay pocas crónicas en ruso de la guerra en la Sierra Maestra, pero en la memoria de la gente es un Robin Hood, es un hombre que desafía los peligros, un Don Quijote que arremete contra cualquier mal para

enderezar los entuertos de esta Tierra», razonó.

El interlocutor subrayó que ‘claro que él no engañaba a nadie, porque tenía una figura grande, poderosa; y una forma de hablar clara, abierta, enérgica, que captaba a la gente enseguida’.

«Es un caso raro, uno de los estadistas que a partir del asalto al Moncada –son más de 60 años los que pasaron–, todo el mundo lo respeta, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha», rememoró.

De acuerdo con el veterano militar «pocos le odian, la mayoría le tiene gran simpatía, y todo el mundo reconoce que no hay ahora en el mundo ningún personaje político que pueda compararse con el espontáneo amor y simpatía que por él se siente en el mundo entero, es una verdad que nadie puede negar», concluyó.

Sirvan estas memorias como un modesto homenaje al amigo que tuvo la gentileza de calificarme en su dedicatoria del libro Raúl Castro, un hombre en Revolución como “el periodista de Prensa Latina que más veces me entrevistó”.

mem/jpm

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