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Cuba: Antonio Núñez Jiménez, un hombre del planeta y gran embajador

Lima (Prensa Latina) Al cumplirse 50 años del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Perú, formalizadas por decisión de las partes el 8 de julio de 1972, cabe resaltar la figura de Antonio Núñez Jiménez

Por Gustavo Espinoza M.

Periodista, analista político y exdiputado peruano. Presidente del Colectivo de Pensamiento y Cultura Solicuba.

Núñez Jiménez tuvo la responsabilidad de reiniciar los vínculos históricos entre los dos países. Su nombre quedó inscrito como el primer cubano que conoció las entrañas del Perú y retomó un vínculo de amistad que sufrió diversos contrastes, pero que nunca pudo romperse.

Y hoy alumbra poderosamente los temas de la colaboración y la solidaridad y constituyen, por eso mismo, la esencia del nexo que une a dos pueblos hermanos.

Hombre de múltiples facetas, nació el 20 de abril de 1923 en Alquízar, provincia de La Habana, y a través de 75 años de fructuosa vida mostró innatas cualidades y una inteligencia superior. Así pudo perfilarse en el escenario de nuestro tiempo como espeleólogo, científico, geógrafo, arqueólogo, diplomático, explorador, cronista, escritor, guerrillero y político; actividades todas en las que fue apreciado y admirado por todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo y frecuentarlo.

Conoció el mundo. Estuvo en todos los continentes. Visitó el Polo Norte y la Antártida; recorrió los mares y las cordilleras; los ríos y las selvas; las montañas y los valles; las ciudades y las aldeas. Confraternizó con muchas de personas en muchísimo países. En suma, fue un hombre del planeta.

Recordarlo obliga a reconstruir una parte muy valiosa de la propia historia, pero también a subrayar elementos de la naturaleza del Perú, muchos de los cuales son ignorados por compatriotas.

A él le debemos, entonces, el habernos mostrado una parte significativa de los tesoros que encierra el suelo peruano y que aún permanecen desconocidos por las estructuras formales del poder.

Pero la vida y la obra de Núñez Jiménez tienen raíces más profundas, enclavadas en los tiempos y estrechamente vinculadas al proceso social de Cuba y el Perú, y a los elevados elementos que hicieron confluir a ambos países en distintos episodios de la vida de sus pueblos.

Por lo demás, hay que recordar que Núñez Jiménez publicó varios libros referidos a las culturas precolombinas y mostró especial predilección por el estudio de la pintura rupestre.

RELACIÓN CON VIEJAS RAÍCES

Los lazos que unen a Cuba y al Perú no son recientes, ni se sitúan tan sólo en las últimas cinco décadas. Están sembradas en tierra fértil y se remontan probablemente a siglos.

No hay que olvidar que algunos cronistas de la Conquista admiten haber visto en las costas peruanas canoas del Caribe, y registrado la presencia de indígenas de Nicaragua y otras poblaciones foráneas.

Bien podría haber ocurrido que el cacique Hatuey y sus descendientes, de la isla de Quisqueya y de Cuba, hayan tenido la iniciativa de desplazar a contemporáneos suyos hacia el sur, en busca de comercio y aventuras.

Pero más comprobable que eso, resulta la presencia de Cuba en el ejército libertador que se empeñó en liquidar el dominio colonial en el suelo de América.

En Junín y Ayacucho combatieron también patriotas de diversos países: Argentina, Chile, Bolivia, Venezuela, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú. Sin duda formaron también parte del Ejército Libertador, centroamericanos y caribeños, que tomaron las armas porque aquí se estaba combatiendo contra un enemigo que era también el suyo -el Imperio español- al que se enfrentarían más tarde.

En esa línea de historia está ante nuestros ojos la figura de Juan Luis Pacheco de Céspedes, sobrino del héroe cubano Carlos Manuel de Céspedes, nacido en Bayamo en 1853 y que se alzara en armas en su país en 1868, participando en la Guerra de los Diez Años, en procura de la independencia de la Mayor de las Antillas.

Hay que recordar que Carlos Manuel de Céspedes, fue el líder del inicio de la guerra independentista en Cuba. Estuvo al frente en el Grito de Yara en su ingenio La Demajagua y fue electo presidente de la República de Cuba en Armas en la Asamblea Constituyente de Guáimaro, en abril de 1869.

Después, ya en el Perú, invitado por Leoncio Prado, Juan Luis Pacheco participó en la Guerra del Pacífico alcanzando el grado de coronel del Ejército Peruano en 1882. Héroe de Calientes, Pachía, Coari y Mirave, combatió luego con las huestes de Andrés Avelino Cáceres en Casapalca y Huaripampa; y después con Piérola, hasta caer, enfrascado una cruenta guerra civil, en enero de 1895 en Torata.

Con Leoncio Prado, antes del conflicto del Pacífico, Luis Pacheco de Céspedes libró diversas acciones por la causa de Cuba. Juntos se sumaron al inicio de la guerra independentista, en 1868; y juntos también se apoderaron del buque Moctezuma tomándolo de la flota española y lo pusieron al servicio de la causa de la Cuba insurgente.

En ese episodio asoma muy clara la identificación peruana con la Cuba rebelde de entonces. El historiador Benjamín Vicuña Mackena dice que esta lucha fue apoyada por nuestro gobierno desde un inicio.

Uno de los políticos más influyentes de la época, Mariano Ignacio Prado, diría en esos años: “La causa de Cuba es una causa justa, la causa de la redención americana. Cuba es América, y América es mi patria”.

Imbuido por esa idea, Prado coordinó con el patriota cubano Francisco Vicente Aguilera algunas acciones solidarias, y le hizo entrega de los monitores Atahualpa y Manco Cápac, los primeros barcos que tuvo Cuba en esa circunstancia. Adicionalmente, proporcionó 20 mil fusiles, que resultaron muy útiles a los insurgentes.

La historia registra -y el mayor historiador peruano, Jorge Basadre, lo cita- que el entonces presidente José Balta reconoció en 1869 como Gobierno de Cuba, al que se alzara en la isla el año anterior, al inicio de la guerra independentista.

El mandatario peruano, desde junio de ese año, ordenó que los consulados peruanos se pusieran a disposición de la causa de Cuba y atendieran los requerimientos que les fuera posible alcanzar. En una acción decisiva y valiente, el 13 de agosto de ese año reconoció oficialmente al Gobierno de Cuba en Armas, como la autoridad legítima del país antillano.

Es bueno subrayar en esa circunstancia, que el Perú fue el primer gobierno de América que tomo esta decisión, la cual marcó época en este periodo de la historia.

Luego de Balta, y ya en su gobierno, Mariano Ignacio Prado se reunió con un emisario del Gobierno de Cuba en armas, Manuel Márquez Sterling, y nombró a varios patriotas cubanos como Cónsules del Perú, a fin de protegerlos de la ira ibérica.

Y fue Mario Ignacio Prado quien alentó a tres de sus hijos, Leoncio, Grocio y Justo, para que viajaran a Cuba y se sumaran a las filas del Ejército Mambí.

Jorge Basadre recoge algunos elementos de este vínculo solidario. Leamos: Una de las últimas acciones peruanas a favor de la causa cubana durante la Guerra de los Diez Años (1868-1878) provino precisamente del mencionado presidente Prado, quién en 1876, vísperas de ocupar por segunda vez la jefatura del Estado, declaró: “Demos al mundo un hermoso ejemplo ayudando y auxiliando a nuestros hermanos de Cuba en sus sacrificios por la patria”.

Prado invitó de manera oficial a un representante de la República de Cuba en Armas al Congreso de Jurisconsultos Americanos que se celebrara en Lima en 1877. Con motivo de ese evento, el mandatario peruano diría:

“Para el gobierno del Perú, que hace largo tiempo reconoció la independencia de Cuba, ha entrado ya esta importante fracción de la América en el rol de los Estados soberanos; y, no obstante, las circunstancias en que se halla colocada esa nueva nacionalidad, por efecto de la heroica lucha que aún sostiene, cree de su deber convocarla, como tiene el honor de hacerlo por mi conducto, a tomar parte en la formación de ese Congreso”.

En ese marco, destacadas personalidades de la cultura peruana formularon lucidas expresiones de hermandad hacia Cuba.

Podríamos recordar así, palabras del escritor Ricardo Palma: “Cuba es el punto donde convergen las miradas de todos los que creemos que la Patria es un culto y la Libertad es un derecho”, y mencionar las preocupaciones de Mercedes Cabello de Carbonera, y los esfuerzos de Abelardo Gamarra por reclutar voluntarios para tomar las armas por Cuba.

Mientras que Leoncio Prado volvió al Perú para combatir con nuestra bandera hasta ofrendar la vida en Huamachuco, su hermano Grocio siguió batallando en Cuba bajo las órdenes de Máximo Gómez hasta 1878, cuando concluyó esa etapa de la guerra que se reiniciaría más tarde con José Martí hasta la victoria.

Héroes y mártires del Perú en Cuba, y de Cuba en el Perú, dejaron impregnado en sangre un mensaje de solidaridad entre dos pueblos hermanos a los que fuerzas poderosas pretendiendo vanamente separar.

UNA HISTORIA REPETIDA

Como todos sabemos, Cuba logró su independencia expulsando al Poder español a fines del siglo XIX, pero debió sufrir la humillante presencia de un poderoso vecino que buscó anexarla y convertirla en lo que Washington consideraba “la ventana natural de los Estados Unidos a las aguas del Caribe”.

Imposibilitado de concretar sus propósitos, el gobierno de ese país optó por imponer a Cuba dos ataduras: la Enmienda Platt y la Base Naval de Guantánamo, que aún perdura.

Cuando en 1959 la caída de la dictadura de Fulgencio Batista abrió paso a un gobierno de nuevo tipo en la Isla, una nueva etapa de confrontación asomó en el escenario continental.

La Casa Blanca buscó denodadamente torcer la voluntad de los conductores de proceso cubano, y cuando vio frustrado ese esfuerzo optó por aislar a Cuba del concierto americano como un modo de castigar su rebeldía. En esa voluntad se inscribieron nuevos episodios.

Uno de ellos fue la Conferencia de Cancilleres de la Organización de Estados Americanos que tuvo lugar en San José de Costa Rica y en la que el gobierno norteamericano buscó -y logró- condenar y aislar a Cuba. Allí, la Mayor de las Antillas encontró nuevamente la mano del Perú, tendida de modo solidario.

Independientemente de las instrucciones dictadas por el presidente peruano de entonces, que no hizo honor en la materia a las palabras ya citadas de su padre, el canciller de nuestro país Raúl Porras Barrenechea, obró de otro modo.

Oponiéndose enérgicamente a las sanciones contra Cuba, Porras dijo: “Debemos confiar en el pueblo de Cuba y debemos procurar que manteniendo la inspiración que brota de la realidad económica latinoamericana mantenga su íntima coherencia con nuestros pueblos a los que le unen lazos irrenunciables de sangre y de espíritu, para hallar juntos medios de conciliación amistosa como los que se obtuvieron entre México y los Estados Unidos que reafirmaron la unidad americana.

«Estos medios pacíficos refluirán enseguida en el mantenimiento del sistema interamericano, de nuestra estructura de paz que traspasen el ya trillado camino de la buena vecindad y consagren una nueva armonía continental basada en la emancipación económica de los pueblos”.

Como señalara la destacada historiadora peruana Cecilia Bákula, el comportamiento y el discurso de Porras emanó “de un acto de dignidad y de principios que tuvo un alto costo personal, pero que elevó al Perú a la condición de líder de posturas contrarias a las de la mayoría, pero expresadas con solvencia y dignidad”.

El voto de Porras en la cita de Cancilleres del 60, no impidió la condena de la OEA a Cuba, pero sí puso al desnudo la perversidad y el odio de los poderosos, que no toleraban la disidencia continental y buscaban más bien alinear a todos los países bajo una misma férula: la del Imperio dominante.

Una historia que hoy se repite, cuando la Casa Blanca, empecinada y soberbia, impuso la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela a la Cumbre de las Américas, celebrada en California en los primeros días de junio pasado.

Aún se recuerda que como consecuencia de este acto, Porras debió dejar el elevado cargo que desempeñaba y pasar en un virtual ostracismo solitario sus últimas semanas de vida. Cuando murió -el 27 de septiembre de ese año- fue largamente considerado “El Canciller de la Dignidad”.

Por eso un busto suyo se alza en La Habana, como ejemplo de la voluntad solidaria de América que revindica la no injerencia en los asuntos internos de los Estados y el respeto a la libre determinación de los pueblos. Principios y valores que hoy mantienen vigencia plena.

HERMANOS DE SANGRE

Contrariando esos pilares, el gobierno peruano de entonces rompió relaciones diplomáticas con Cuba y buscó más bien tender una suerte de cordón que separara a nuestros pueblos. Logró imponer eso, contrariando la voluntad de los peruanos que nunca fuimos consultados para tal despropósito.

Años más tarde, cuando el 31 de mayo de 1970 la fuerza de la naturaleza se ensañó contra nuestro país dejando una dolorosa estela de muerte y destrucción, fue Cuba uno de los primeros países de América en llegar en auxilio.

Millones de peruanos pudimos ver, a través de las pantallas de la televisión, cómo los cubanos, convocados por su gobierno, se movilizaban en toda la isla para promover y organizar el apoyo al Perú.

La imagen más impactante era, sin duda, la que contenía a La Habana. Allí, millares de cubanos hacían inmensas colas para donar sangre para los peruanos. A la cabeza de todos, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz inmortalizaba el gesto solidario, que quedó impregnado en la conciencia y el recuerdo de los peruanos de toda condición.

Pero la ayuda cubana no se limitó a ese gesto grandioso. Llegaron también verdaderos hospitales cubanos que fueron instalados en las zonas más agrestes del país, para atender a las víctimas de aquella catástrofe. Aun hoy en Áncash se puede constatar la existencia de aquellos nosocomios que cumplieron una muy elevada función humanitaria.

A ésta se sumaron las brigadas de médicos y trabajadores de la Salud que asumieron el mismo rol un largo tiempo y a costa de enormes sacrificios. Para tener una idea más cabal del tema, podemos recordar a Elpidio Berovides, un brigadista cubano que perdiera la vida en la sierra de La Libertad al caer a un abismo el vehículo en el que se transportaba.

La muerte de ese trabajador cubano no fue la única que enlutó a los peruanos de ese entonces. Aún recordamos también a los brigadistas soviéticos que cayeron en el mar nórdico cuando volaban hacia nuestro país portando ayuda, en un AN-22.

Fueron médicos y trabajadores de la Salud que ofrendaron sus vidas para asistir a salvar las peruanas. Mayor demostración de internacionalismo y solidaridad resulta inimaginable en nuestro tiempo y constituye una demostración palmaria de los sentimientos de hermandad que siembra el derrotero de nuestros pueblos.

En otra circunstancia, en 2007, con motivo del terremoto que asolara la provincia de Pisco, en el departamento de Ica, se registró una experiencia similar. Médicos y brigadistas cubanos asistieron a nuestros compatriotas durante varios meses, aliviando el dolor y el sufrimiento de cientos de miles de peruanos afectados por el dolor y la tragedia.

Más recientemente, con motivo de la Covid-9, cuatro brigadas médicas cubanas llegaron a nuestro país con el mismo propósito. Ubicadas en Chimbote, Ayacucho, Arequipa y Moquegua, cumplieron abnegadamente su tarea afrontando todas las penalidades y riesgos que la situación impuso.

Hay que decir, sin embargo, que esto no ocurrió sólo en el Perú. En diversas latitudes del planeta las brigadas médicas cubanas dieron ejemplo de solidaridad y entrega, y elevaron un mensaje de esperanza que hoy anida en el corazón de millones de hombre, mujeres y niños.

Hay que decir, como una manera de cualificar mejor este gesto solidario, que éste, y todos los que lo acompañaron, tuvieron lugar en el marco de un escenario extremadamente duro para Cuba, impuesto por el bloqueo genocida dictado por el gobierno de los Estados Unidos hace más de 6O años.

No existe en la historia humana una acción como la que el gobierno de los Estados Unidos mantiene contra la patria de Martí desde hace más de 60 años, sin la menor justificación.

Ese bloqueo constituye un crimen abominable que anualmente es condenado en forma casi unánime por los países del mundo en la Asamblea General de Naciones Unidas y que, no obstante, la Casa Blanca pretende perpetuar.

Esta medida, que no tiene parangón en la historia universal, se originó en el ya célebre memorándum del subsecretario de Estado Lester D. Mallory, quien en 1960 sugirió aviesamente su concreción.

Recordemos que dijo: “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro… el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba”.

Planteó “una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.

Las lecciones de coraje infinito escritas por el pueblo de Cuba para enfrentar este acoso, quedarán registradas en la historia de nuestros pueblos, y son las mismas que el mundo conoce, y que tuvieran vigencia también en los años en los que Antonio Núñez Jiménez cumplió, en Cuba y en el Perú, un rol protagónico.

VIDA EJEMPLAR

Bien puede decirse que la vida de Antonio Núñez Jiménez fue meteórica. Desde muy joven estuvo orientada a la investigación científica y al compromiso social. En 1951 se graduó en la Universidad de La Habana, y en 1960 en la Universidad de Lomonósov, en Moscú.

Muy joven, a los 17 años, fundó el Instituto de Espeleología de Cuba y luego la Academia de Ciencias de Cuba, de la cual fue su primer presidente. Y por eso también muy joven se incorporó a la lucha de su pueblo contra la tiranía asesina de Fulgencio Batista, que diera un golpe de Estado el 10 de marzo de 1952 para escarnio de Cuba entera.

Si bien la primera opción le abrió paso al conocimiento y al dominio de la vida, la segunda lo condujo al presidio, la tortura y finalmente a la Sierra Maestra, donde se incorporó a la acción revolucionaria.

En esa lucha, y en la jefatura de la columna 8 “Ciro Redondo”, libró diversos combates y participó activamente bajo la dirección del Che en la toma de Santa Clara, poco antes de la liberación de su patria.

Sus libros “En marcha con Fidel” nos dan una idea de su vigoroso esfuerzo, pero también de la amplitud de la batalla emprendida para doblegar a la dictadura y abrir paso a la transformación de Cuba.

A partir de enero de 1959, ya formando parte del núcleo dirigente del Estado cubano, Núñez Jiménez asumió importantes responsabilidades. Tuvo a su cargo la conducción del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA), creado por iniciativa de Fidel Castro, que lideró la transformación radical del agro cubano y sirvió para dar sustento a la Revolución emprendida bajo los principios de José Martí.

Todos los biógrafos de don Antonio coinciden en evocar su itinerario de vida. Recuerdan que entre 1960 y 1961, se le asignó la dirección de la Escuela de Artillería «Camilo Cienfuegos», donde se formaron 10 mil milicianos en las armas antitanques y antiaéreas, siendo también fundador del Partido Comunista de Cuba.

Entre otras responsabilidades se le derivó al Banco Nacional de Cuba, creado por iniciativa del Che en 1960, y la dirección de la Escuela para Instructores de Arte.

En el mismo periodo, fundó los institutos y museos de este centro científico -que nutrió a Cuba del engranaje amplio de instituciones científicas actuales- y se desempeñó como viceministro de cultura de 1978 a 1989 y como presidente de la Comisión Nacional de Monumentos Históricos y de Restauración desde 1978 hasta su deceso.

Durante muchos años impartió conferencias en diversas universidades de Reino Unido, Francia, URSS, Alemania, Perú, Ecuador, República Dominicana y otros países. Igualmente alcanzó títulos y grados científicos internacionales.

Fue Doctor en Ciencias Geográficas de la Universidad Lomonosov de Moscú, Doctor Honoris Causa de la Universidad Central de Ecuador y Profesor Honorario de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

También fue miembro de la Academia de Ciencias de Checoslovaquia y de la Sociedad Venezolana de Espeleología, así como miembro de Honor de The National Speleological Society y miembro de The National Geographic Society, destacándose igualmente en el campo de las relaciones internacionales.

Más allá de títulos y grados, reconocimientos y oropeles, se distinguió por su competencia profesional y por la identificación con la causa de su pueblo; por su lealtad hacia el proceso revolucionario cubano, y por su acendrado espíritu internacionalista.

Todo lo perfiló como uno de los dirigentes más caracterizados de Cuba en el siglo XX y como uno de las más notables figuras del pensamiento latinoamericano.

EMBAJADOR EN EL PERÚ

Antonio Núñez Jiménez no fue propiamente un diplomático de carrera sino, como él mismo lo dijera, “un diplomático a la carrera”. Su ubicación en ese alto puesto de la diplomacia latinoamericana estuvo vinculado al hecho que hoy celebramos jubilosamente.

Perú y Cuba decidieron en los primeros años de la década de los 70 del siglo pasado, reiniciar las relaciones diplomáticas y comerciales, que fueran abruptamente interrumpidas 10 años antes por decisión del presidente Manuel Prado e imposición de la OEA.

El paso se dio porque ciertamente el escenario político peruano había cambiado significativamente. Desde octubre de 1968 gobernaba el Perú un régimen distinto a los tradicionales, el Gobierno Institucional de la Fuerza Armada, liderado por el general Juan Velasco Alvarado.

Mediante ese instrumento, la institución castrense había decidido recoger el clamor popular e impulsar transformaciones profundas en la estructura nacional, renovando la vida de los peruanos.

Mientras algunas grandes potencias -como Estados Unidos- mostraban desconfianza ante esos cambios, otros países vieron con simpatía ese propósito y comprendieron sus fines.

Como se recuerda, Cuba manejó muy cautelosamente lo que ocurría en el escenario peruano porque fue leal a los principios de su política exterior: no injerencia en los asuntos internos de los Estados y respeto a la libre determinación de los pueblos.

La nacionalización del petróleo; la defensa de la soberanía nacional amenazada por las Enmiendas Hickenlooper, Kelly y Hollan; la decisión de restablecer vínculos con la Unión Soviética y otros países socialistas; la ley de Reforma Agraria y otras medidas de corte progresista y liberador, acercaron objetivamente a nuestros países.

La actitud de Cuba cuando ocurriera el terremoto de mayo de 1970 y la manera como el gobierno peruano recibió esa voluntad solidaria proveniente de la Mayor de las Antillas, el gesto de Fidel Castro donando sangre al Perú y la movilización masiva del pueblo de Cuba por auxiliar a nuestro pueblo, jugaron sin duda un rol decisivo para el acercamiento.

Debe recordarse adicionalmente que en diciembre de 1971 y de paso a Chile, el Comandante en Jefe Fidel Castro hizo una escala en Lima que le permitió celebrar un encuentro histórico con Juan Velasco Alvarado y recibir el saludo masivo de los 500 delegados asistentes al II Congreso Nacional de la CGTP. Todos estos factores, y muchos otros, incidieron en la decisión que hoy celebramos.

Cuando se trató de designar, por parte de Cuba, a quien la representaría en nuestra patria, la decisión recayó en Antonio Núñez Jiménez. Sin duda, un gran acierto. Hasta lo que se sabe, fue Fidel Castro en persona quien decidió encomendar esa tarea al Capitán del Ejército Rebelde.

Y lo hizo, probablemente, por tres razones básicas: Porque se trataba de un exponente muy claro de lo que era Cuba en ese momento; porque tenía altas cualidades de orden científico y cultural y porque estaba en capacidad política plena de entender y ayudar al Perú en esa circunstancia.

Y hay que decir que, en realidad, don Antonio cumplió con absoluta cabalidad la tarea encomendada, a partir de los elementos citados.

Luis Felipe Vásquez, quien fuera quizá el colaborador más inmediato de don Antonio en la embajada, y que luego fuera embajador de Cuba en Bulgaria y otros países, recuerda que Núñez Jiménez aprovechaba mucho su tiempo para realizar actividades oficiales, visitar universidades, dictar conferencias y muchas otras actividades culturales y de investigación científica.

Así recorrió casi todo el Perú, especialmente lugares de valor histórico. A esas visitas invitaba a los funcionarios diplomáticos que trabajaban en la embajada.

Personalmente, Luis Felipe Vásquez lo acompañó a varios lugares. Uno de los que más lo impresionara fue Tingo María, donde visitó cuevas virtualmente inexploradas que forman parte realmente de las entrañas mismas del Perú.

Esas cuevas tenían fama de no estar totalmente estudiadas. Por su propia vocación, don Antonio se transformó en el geógrafo espeleólogo y científico que las penetró para estudiarlas. En forma inmediata, se reunió con investigadores y especialistas en la materia, para compartir el dominio de ese virtual descubrimiento.

En esa ciudad realizó también visitas de cortesía a las autoridades regionales para promover las relaciones con Cuba. En la Universidad local, además de visitar los recintos académicos, ofreció una conferencia a profesores y estudiantes sobre la reforma agraria en Cuba, que fue complementada precisamente por otra de Luis Felipe Vásquez referida a las universidades, los sistemas de enseñanza y el movimiento estudiantil cubano.

Como parte de su función diplomática, realizó visitas de cortesía a los dirigentes gubernamentales, ministros, jefes militares y a personalidades de la vida social, cultural, científica y a la jerarquía eclesiástica, y ofreció entrevistas a medios de prensa.

Además, participó en distintos eventos de solidaridad organizados por las instituciones sociales, sindicales y políticas de nuestro país. Recuerdo que participamos juntos en el histórico auditorio de la Federación Gráfica del Perú en un evento de identificación con Cuba y de rechazo al bloqueo norteamericano contra su país.

El escenario político peruano de aquellos años era ciertamente favorable para que se anudaran los lazos entre nuestros pueblos y países. Delegaciones sindicales, sociales, políticas y militares peruanas visitaban Cuba con significativa frecuencia.

Así ocurrió con la CGTP y con ministros como el general Pedro Sala Orosco y otros. En reciprocidad, el Perú recibió al ministro de trabajo de Cuba y a la delegación sindical de la CTC, así como a otras representaciones de primer nivel.

En julio de 1974, por ejemplo, visitó nuestro país el entonces ministro de Defensa de Cuba, Comandante Raúl Castro Ruz, quien cumplió un apretado programa.

Antes y después de él, arribaron al suelo peruano otras autoridades y personalidades de Cuba de primer nivel. Todas ellas fueron muy bien recibidas por las autoridades peruanas.

Todas estas actividades derivaron en el fortalecimiento de los vínculos entre nuestros países, lo cual generó resistencia en determinados segmentos vinculados secularmente a la clase dominante; pero al mismo tiempo, una identificación que fortalece cotidianamente nuestra hermandad.

En 1977, y ya con un nuevo gobierno, Cuba dio por concluida su misión diplomática en nuestro país y a años más tarde, en la década de los 90, don Antonio volvió al Perú para una visita de trabajo vinculada a lo que había sido quizá su principal travesía: del Amazonas al Caribe.

LA AVENTURA AMAZÓNICA

El viaje en Canoa desde el rio Napo hasta el Caribe fue quizá uno de los episodios más relevantes de su tiempo. Abarcó 17,422 kilómetros y comprendió 20 países desde América del Sur hasta el Caribe. Marcó su inicio en marzo de 1987, y culminó el 28 de junio de 1988 cuando a bordo de la canoa Hatuey arribó al muelle de La Habana.

En el libro “Del Amazonas al Caribe” Núñez Jiménez narra con deleite los pormenores de esa grandiosa aventura en la que participaron un total de 300 personas entre navegantes y colaboradores, hombres de ciencia y entusiastas seguidores de la proeza.

Cinco embarcaciones, construidas por indígenas del lugar, partieron de Misahualli, en las márgenes del río Napo, en territorio ecuatoriano hasta la frontera con Perú.

En esa circunstancia existía un conflicto fronterizo entre Ecuador y Perú, de modo que la línea de frontera estaba oficialmente cerrada y militarizada. La expedición científica fue autorizada por los dos gobiernos como un gesto de distensión, de modo que la ciencia sirvió en este caso como un factor de paz.

Los expedicionarios recorrieron el Amazonas hasta desembocar en el océano Atlántico para enrumbar al Caribe a donde llegaron año y medio más tarde. La idea era confirmar la tesis que los habitantes del Caribe proveían originalmente de las culturas sudamericanas.

La ruta les permitió explorar con espíritu científico una inmensa riqueza en materia de flora, fauna, geografía y hasta arqueología, cuya esencia se conserva hoy en La Habana, en un Centro de Investigaciones creado para preservar la obra y los aportes de don Antonio.

IMAGEN DE NÚÑEZ JIMÉNEZ HOY

El prestigio de Antonio Núñez Jiménez en el escenario nacional e internacional, honrado además por quienes le sucedieron en el cargo hasta hoy, creció.

A la luz de la historia y de los estudios científicos de nuestro tiempo, fue posible valorar aún mejor el inmenso aporte de este hombre ejemplar, que constituye también un símbolo que anuda la hermandad de dos pueblos: Cuba y el Perú.

Por eso, al cumplirse los 50 años del restablecimiento de las relaciones diplomáticas, culturales y comerciales entre ambos países, constituye un deber elemental recordarlo y evocar su obra.

arb/gem

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