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El paraíso verde de Kaneko (+Fotos +Video)

Tokio (Prensa Latina) En el distrito Shimozato, de la ciudad japonesa de Ogawa, Saitama, brillan las espigas doradas del trigo que cubre la pequeña llanura al pie de las montañas o de los húmedos sembrados de arroz, según la época del año.

Por Lianet Cruz Pareta

Corresponsal de Prensa Latina en Japón

El aire purificado por los cipreses baja suave de las colinas y refresca las granjas agrícolas extendidas por la zona, así como las escasas viviendas que conforman un tipo de comunidad rural denominada satoyama.

La región es territorio libre de herbicidas y pesticidas desde 2001 gracias a la voluntad unánime de sus pobladores, consagrados a hacer producir la tierra de la forma más natural posible, mientras aligeran la carga medioambiental.

Detrás de la obra colectiva late el nombre de Yoshinori Kaneko, uno de los pioneros de la agricultura orgánica en Japón. Su finca Frostpia sobresale como referente nacional de sostenibilidad y autosuficiencia.

A partir de los estudios universitarios sobre agricultura ecológica, Kaneko emprendió en 1971 un proyecto en solitario que aspiraba al establecimiento de un sistema de apoyo mutuo entre consumidores y productores.

El primer desafío para el joven soñador fue implementar su método amigable con el entorno, en una región donde predominaban las prácticas agrícolas convencionales que recurren al uso intensivo de sustancias químicas.

Como buen japonés, trabajó contra vientos y mareas durante 16 años para probar la efectividad de la propuesta ecológica, hasta comprender que esos propósitos resultarían estériles sin la cooperación de los vecinos.

“Yo no quería que mis productos tuvieran químicos, pero los sistemas de agua de todos los sembrados de arroz están conectados y la contaminación llegaba hasta mis terrenos. Además, nada podía hacer cuando fumigaban con helicópteros”, mencionó en entrevista con Prensa Latina.

COLECTIVISMO

Kaneko apeló al gobierno local, a la asociación de agricultores de la comunidad y a las otras familias de Shimozato, a quienes convenció de aplicar la agricultura orgánica durante un año a modo de prueba.

“Fue así como en 1987, por fin, empezamos a cultivar arroz sin pesticidas. Ese mismo año el dueño de una fábrica de sake de Ogawa, interesado en producir su bebida de forma orgánica, me compró 40 sacos de 60 kilogramos a 36 mil yenes (más de 260 dólares) cada uno, ¡tres veces el precio del arroz común!”, destacó. Contó Kaneko que el incentivo económico atrajo a otros cinco agricultores al proyecto y marcó un punto de giro indetenible en el completo traspaso hacia la agricultura orgánica de la ciudad.

“Al principio todos cultivamos soja. Una empresa que hace tofu (queso de soja) cerca de Shimozato empezó a comprarnos el kilogramo a 500 yenes (en su momento alrededor de cinco dólares), aunque el precio variaba según la etapa de la migración a la agricultura orgánica en la que se encontraba cada productor. Luego de tres años todos ganaban 500 yenes”, rememoró.

“Una vez, después de cumplir con los compromisos, nos sobraron 1,8 toneladas de arroz que no teníamos a quién vender y eso era un gran problema para nosotros, hasta que una empresa de renovación de casas visitó la ciudad y le propusimos el excedente”, apuntó.

“El dueño aceptó la oferta, aunque su negocio nada tenía que ver con nuestro principal producto. Resulta que sus 250 empleados consintieron recibir parte del salario en arroz. El acuerdo todavía perdura porque cuando el terremoto de 2011 el cereal escaseó en los supermercados, sin embargo, ellos recibían su cuota segura mes a mes”, resaltó.

Transcurridos los años la comunidad mantiene los convenios con los primeros clientes importantes y cada familia se gestionó los suyos propios, exentos de intermediarios.

En el pueblo tienen un pequeño puesto de venta comunal sin expendedores ni vigilantes, donde cada quién toma lo que necesita y deposita el dinero en una alcancía, a pura conciencia.

Cerca del arrozal de Kaneko se alza un montículo de abono natural, fabricado con estiércol de pollo y cáscara de arroz, que abastece a todos los granjeros.

Kaneko y su esposa Tomoko establecieron un plan llamado Orei-sei que involucra a unos 15 hogares, según el cual el precio de los productos no lo determina el agricultor, sino los consumidores, sin limitar las formas de pago a lo estrictamente monetario.

La finca Frostpia es también una escuela donde los aprendices conviven con los dueños y sacan provecho de la participación directa en las labores productivas, de forma voluntaria. Este tipo de colectivismo, conmueve.

EL TRUCO DE KANEKO

Lo más importante para obtener buenos resultados en la agricultura orgánica es la preparación del suelo, aseguró Kaneko avalado por sus cinco décadas de experiencia.

En Frostpia riegan la tierra con un compuesto de bacterias y microbios disuelto en agua y utilizan abono hecho de estiércol de animales o materia vegetal.

“Lo segundo es sembrar y cosechar cada alimento en la época del año que le corresponde, para obtener los beneficios del clima estacional”, puntualizó.

La tercera técnica consiste en cambiar de locación los cultivos de una misma familia tras cada recogida, para evitar la desnutrición del sustrato y el surgimiento de plagas o enfermedades.

“Una verdura atrae ciertos insectos, si la cultivamos siempre en el mismo lugar los bichos estarán ahí esperando para atacar, pero si las cambiamos de lugar, los insectos no tienen nada que hacer”, dijo Kaneko y sonrió.

La estrategia de Kaneko y otros agricultores orgánicos japoneses parte del método Compostaje de Albert Howard, declaró a Prensa Latina Taro Yoshida, ingeniero e investigador japonés.

El botánico y micólogo británico introdujo la utilización de agentes de la descomposición de tipo microscópicos (caldo microbiano), macroscópicos (lombrices, hormigas, caracoles, babosas, milpiés y cochinillas) y desechos orgánicos para reconstruir la estructura de la tierra y devolverle los nutrientes agotados por la actividad humana, explicó el experto.

Asimismo, el modus operandi de Kaneko tiene puntos de contacto con el método Fukuoka, del agricultor, biólogo y filósofo japonés Masanobu Fukuoka, en tanto respeta y potencia los ciclos naturales en aras de asegurar una mejor calidad del crecimiento de las plantas, agregó Yoshida.

SOSTENIBILIDAD AMBIENTAL

La huella ecológica de la finca Frostpia traspasa el abandono de los agroquímicos que envenenan la tierra y los alimentos.

Los tractores utilizan biocombustible fabricado por el propio Kaneko, a partir del aceite comestible usado que recoge en los restaurantes del pueblo. La ausencia de gasolina o petróleo resulta evidente cuando, al encender los motores de los vehículos, el humo huele a tempura (fritura de mariscos o verduras típica japonesa).

La misma grasa reciclada alimenta un generador eléctrico, mientras que una caldera de leña garantiza en los meses de invierno la calefacción de la casa principal por suelo radiante (red de tubería plástica instalada bajo el piso que hace circular agua caliente).

Absolutamente nada se desperdicia en la granja, ni las heces del ganado procesadas en una planta de biogás, ni los excrementos humanos convertidos en fertilizantes líquidos o agua para los animales a través de un sistema soterrado que purifica los residuos.

RECONOCIMIENTO A LA CONSTANCIA

El éxito de la iniciativa agrícola de Kaneko lo convirtió en embajador del modelo orgánico japonés en otros países y anfitrión de delegaciones internacionales interesadas en confirmar la viabilidad de la propuesta.

Hasta Shimozato llegaron en 2014 el emperador Akihito y la emperatriz Michiko, un acontecimiento sin precedentes en el distrito nipón que los pobladores atesoran en sus memorias e inmortalizaron en un monumento de piedra.

En 2021, los Kaneko recibieron el Premio a la Trayectoria de Toda la Vida que otorga la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica IFOAM-Organics International.

Un plan del Ministerio de Agricultura, Silvicultura y Pesca prevé la creación de “pueblos orgánicos” en 100 municipios para 2025.

Hasta la fecha las parcelas dedicadas a estos cultivos (23 mil 700 hectáreas) representan apenas un 0,5 por ciento del total de labranza, sin embargo, en Ogawa superan el 90 ciento gracias a la gestión de Kaneko.

Su iniciativa agroecológica apuesta por la salud humana y la conservación de los suelos, además de contribuir a los objetivos de la Agenda 2030 del gobierno japonés, entre los cuales figura reducir en un 10 por ciento el uso de pesticidas y en un 20 por ciento los fertilizantes químicos.

La actual crisis económica global puso de relieve peligrosos desafíos para la seguridad alimentaria de Japón como la inestabilidad en la cadena de suministros agrícolas o la elevada cotización de las materias primas importadas, indispensables para la producción nacional.

En este complejo escenario las miradas vuelven a las técnicas más tradicionales en estrecha armonía con el medio ambiente, ahora con la capacidad de aplicar avances asociados a la robótica y la inteligencia artificial.

Mientras tanto, el empeño de la familia Kaneko sigue cosechando frutos en su pequeño paraíso verde, al pie de las colinas y los cipreses de Shimozato.

arb/lcp

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