Nació entre la metralla de una guerra impredecible, nueva, y otras que se mantienen por lustros. Una pandemia que inaugura una temible sexta ola. Una crisis económica renovada y embrutecida, una inflación galopante, una división internacional en polos y bloques como la que precedió las guerras mundiales.
Una mutación social caótica, desordenada, afilada como navaja de barbero que unos auspician y otros la frenan, y todos batallan por controlarla. Una carrera armamentista más mortal que las de películas de ficción y una tecnología militar para destruir la vida terrenal y hasta el planeta en lugar de contribuir a la que lo preserva y mejora.
Además, una distribución social mundial de la riqueza tan desequilibrada, inequitativa dentro de un esquema discriminador, excluyente, belicista, como carapacho de puerco espín que parece intocable a pesar de las desgracias que ocasiona, la consecuente pobreza abismal, el éxodo más allá de las razones de la liturgia pretérita y milenaria, que ocasiona ríos de lágrimas y hace añicos a la familia con un doloroso e injusto fraccionamiento.
Siguen los golpes de estado que creíamos erradicados ahora potenciados ni más ni menos por Estados Unidos, quien siempre los provocaba fuera de sus fronteras y, como el hortelano, los condenaba y repudiaba dentro de ellas.
Resucita la vieja momia del Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe, como la saga de Hollywood en un remake desfasado de lo que ese país fue y ya no lo es ni por suerte lo podrá ser más por mucho que lo trate.
¿Cómo despojar 2023 de ese lastre cuando en los sacos de los reyes magos, o las cajas de regalos encima de las raíces de los árboles navideños ficticios, no hay palomas blancas, ni en la oquedad de la iglesia, frente al altar mayor, o en el panteón protestante, o entre las deidades de otras religiones, tampoco hay alusiones a esperanzas reales y tangibles, o más bien creíbles, que conduzca a la paz universal que tanto deseamos?
En este primer día de este nuevo año en el que todas las tarjetas que inundaron las redes sociales, los correos, diarios, revistas, canales de televisión, emisoras de radio, anuncios espectaculares iluminados como cuando lucía la bóveda celeste en antiguos diciembres con sus millones de estrellitas agrupadas y los planetas alineados, desean un feliz y próspero año nuevo, el firmamento está oscuro, sin estrellas .
La contaminación y el cambio climatológico ocultan las constelaciones, y hasta el Lucero del Alba perdió su capacidad de guiarnos a la esperanza, el amor y la paz que la mayoría de los mortales no han perdido.
Para volver al primer párrafo de este patético escrito, este 1 de enero sigue como si fuera 31 de diciembre, con todas las miasmas conocidas y sufridas en 2022, y los mismos problemas que han desangrado a la humanidad.
Lo más triste es que no se trata de una visión apocalíptica, sino de una realidad extremadamente dura y cruel, pero al mismo tiempo -y quizás sea su único lado positivo-, es que se trata de una confirmación de que un mundo mejor es posible, aunque hay que ganarlo y crearlo.
mem/lma
