«No más odio, noticias falsas, armas y bombas», dijo entre lágrimas el fundador del Partido de los Trabajadores después de recibir la banda presidencial de manos de una representación de la sociedad civil, ante la ausencia del derrotado mandatario de tendencia ultraderechista Jair Bolsonaro.
El exmilitar declinó entregar esa tira a Lula, como tradicionalmente ocurre en la ceremonia de investidura en el Palacio del Planalto, sede del Poder Ejecutivo y viajó a Estados Unidos el pasado viernes para pasar unas vacaciones en la ciudad de Orlando.
Ante tal hecho, la tira fue colocada a Lula por una mujer negra, acompañada de otros siete representantes del pueblo: un niño, un hombre con discapacidad, un metalúrgico, un profesor, una cocinera, un artesano activista y un cacique indígena.
Después de ese acto y ante unas 40 mil personas, el exdirigente obrero señaló, en su segundo discurso de la jornada, que la «vuelta del hambre es un crimen, el más grave de todos contra el pueblo brasileño».
La calificó de hija de la desigualdad, que es la madre de todos los males que atrasan Brasil.
Arropado por la emoción y sollozos, aludió a las familias que escrutan entre la basura por comida y a quienes hacen filas ante carnicerías para alimentarse de sobras y huesos.
Pidió ayuda y los presentes en una atiborrada plaza de los Tres Poderes aplaudieron y entonaron: «Lula, guerrero del pueblo brasileño».
En otra parte de su lectura, el hijo de la clase obrera prometió combatir «todas las formas de desigualdades en nuestro país, de renta, de género, de raza, en el mercado de trabajo, en la representación política, en la salud, en la educación».
Al respecto, hizo referencia a cómo 5,0 por ciento de personas con recursos tiene «el mismo porcentaje de riqueza» que el 95 restante.
Dio por sentado que nadie en su país «será ciudadano de segunda clase».
Antes del rito simbólico, Lula y su vice, el exgobernador de Sao Paulo Geraldo Alckmin, pasaron por una ceremonia oficial en el Congreso Nacional, en la cual juraron en los cargos.
Dos décadas después de abrazar al poder por primera vez, el líder progresista, de 77 años, fue proclamado este domingo por tercera ocasión presidente de Brasil.
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