Restituido en la política en marzo de 2021, el fundador del Partido de los Trabajadores abraza su tercer mandato luego de cumplir 580 días de prisión (entre abril de 2018 y noviembre de 2019) y tener anuladas sus condenas.
Por sexta ocasión, el antiguo tornero mecánico disputó unas elecciones presidenciales. Lo hizo en 1989, 1994 y 1998, y solo ganó en 2002, 2006 y en octubre de 2022.
El engañoso accionar de la desactivada operación judicial Lava Jato, encabezada por el otrora coordinador Deltan Dallagnol y el exjuez Sérgio Moro, resultó suficiente para apartarlo de los comicios de 2018, encerrarlo y pavimentar el camino para el triunfo del otrora diputado ultraconservador Jair Bolsonaro.
Como era de esperar, el niño que fue ambulante a los ocho años y lustrabotas a los nueve, sufrió una avalancha de imputaciones en los tribunales, pero con el tiempo mostró la verdad libre de culpas y su irrebatible inocencia.
Pudo recobrar su elegibilidad y registrar además 26 impresionantes victorias en el Supremo Tribunal Federal.
La ceremonia de asunción a la presidencia comenzó este domingo a las 14:30, hora local, en la que Lula subió a un auto descapotable y dio inicio al cortejo por la Explanada de los Ministerios, saliendo de la Catedral Metropolitana de Brasilia con destino al Congreso Nacional. El líder petista fue acompañado por la primera dama, Rosângela da Silva (Janja); el vice Geraldo Alckmin y su compañera Lu Alckmin.
Dentro del plenario del Parlamento, Lula y Alckmin fueron juramentados en su cargo, respectivamente.
En su intervención, el ahora presidente afirmó que el mensaje a Brasil es de «esperanza y reconstrucción».
Ponderó el triunfo de la democracia, la cual propició que ganara las dos rondas de elecciones de octubre ante Bolsonaro.
Insistió en que la democracia resultó «la gran victoriosa», al enfrentar y superar las «más violentas amenazas a la libertad del voto», en evidente referencia a los ataques a las urnas que realizó el exmilitar, quien codiciaba reelegirse.
También prometió que asume el poder con el compromiso de reconstruir el país junto a su pueblo y que rescataría del hambre a 33 millones de personas y de la pobreza, a 100 millones, casi la mitad de la población.
Más tarde, tras recibir la faja que lo convirtió en el número 39 jefe de Gobierno del país, dijo entre lágrimas que: «No más odio, noticias falsas, armas y bombas».
Una mujer negra le colocó la banda presidencial acompañada de siete representantes de la sociedad civil, ante la ausencia de Bolsonaro, quien prefirió viajar a Estados Unidos para descartar entregarle la tira, como acto tradicional.
En su segundo discurso de la jornada, Lula denunció que la «vuelta del hambre es un crimen, el más grave de todos contra el pueblo brasileño».
Arropado por la emoción y sollozos, aludió a las familias que escrutan entre la basura por comida y a quienes hacen filas ante carnicerías para alimentarse de sobras y huesos.
Pidió ayuda y los presentes en una atiborrada Plaza de los Tres Poderes aplaudieron y entonaron: «Lula, guerrero del pueblo brasileño».
Finalmente, como presidente, y en medio de un llamado Festival del Futuro en la Explanada de los Ministerios, Lula firmó medidas provisionales y decretos que cumplen compromisos asumidos durante el período electoral.
Tales disposiciones garantizan la atención y la visibilidad a áreas históricamente ignoradas en el gigante suramericano.
En las disposiciones normativas, Lula inicia la reestructuración de la política de control de armas, garantiza el pago de los 600 reales (unos 112 dólares al mes) para familias necesitadas, define la estructura de la Presidencia, de los ministerios, el combate contra el delito ambiental, entre otros.
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