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El Cuate y su apoyo incondicional a Fidel

La Habana (Prensa Latina) Cuando Fidel Castro acuñara aquella insoslayable profecía, “en 1956, seremos libres o seremos mártires”, lejos estaba aquel modesto comerciante y técnico industrial mexicano, Antonio del Conde Pontones, de imaginar cuán importante resultaría su significativo apoyo a la causa revolucionaria cubana.

Por Noel Domínguez

Periodista de Prensa Latina

El jefe de la Revolución Cubana había empeñado todo su caudal y aval patriótico-político con su prestigioso desempeño al frente de los jóvenes del centenario que en gesto audaz e imperecedero, el 26 de julio de 1953, se atrevieron asaltar la segunda guarnición militar más importante del país.

Intentaban derrocar el gobierno tiránico de Fulgencio Batista, tras cuyo fracaso cumpliera dos años de prisión con bizarra hidalguía y nuevas libertadoras perseverancias.

En su bregar organizativo, Fidel Castro conoció en junio de 1955 al “Cuate” o “Tony”, cómo solían llamarle, en su armería, y con magia convincente en pocos momentos lo ganó para la causa cubana; el empresario mexicano le comenzó a facilitar armas y enseres, derivando en uno de los más importantes colaboradores de aquella utópica gesta.

Tenía el Cuate como principal misión la búsqueda y compra de una embarcación que materializara los sueños de trasladar de México a la isla a los expedicionarios, quienes ya se preparaban militarmente con todo rigor en la nación hermana.

Ante su fracaso inicial en la compra de una lancha torpedera en Estados Unidos, derivó la atención hacia una embarcación de recreo denominada Granma, perteneciente a un matrimonio norteamericano apellidado Erikson, por la cual debió pagar 20 mil dólares, adelantando la mitad de esa cifra.

Fidel le pidió al Cuate le “prestara” dicha embarcación para lograr los ansiados propósitos estando seguro Del Conde que se enrolaría y sería uno de los tripulantes, pero al pie del barco el jefe de la Revolución le indicó que debía quedarse porque sería más útil en México.

El Cuate, aquel domingo 25 de noviembre de 1956, siguió por tierra y en paralelo los detalles de la partida y el deslizamiento naviero por agua en el canal de la zona de Tuxpan, Veracruz, hasta su arribo a mar abierto, dada la vigilancia de tropas regulares mexicanas.

Cumplido a pesar de tantos contratiempos, el augurio del líder histórico de la Revolución de que en 1956 serían libres, pero sin resultar mártires, Antonio del Conde permaneció en México suministrándole armas a los revolucionarios cubanos una vez iniciada la contienda en la Sierra Maestra, y las compraba en Estados Unidos, dado lo cual cayó preso en dos ocasiones.

Tras el triunfo de la Revolución el Primero de Enero de 1959, se instaló en Cuba, trabajó con Ernesto Che Guevara en el Ministerio de Industrias, regresó a México en 1964 y resultó detenido brevemente.

Durante la primera etapa de la Revolución Cubana fue asiduo invitado en las universidades mexicanas y centros culturales a exponer sus experiencias y cooperación con la epopeya triunfante, llegando a escribir libros al respecto.

EN DOS OPORTUNIDADES

Tuve el inmenso placer de conocerle en 1995, al regreso de los Juegos Deportivos Panamericanos que tuvieron lugar en Mar del Plata, Argentina; al hacerse una escala en el DF de México, me fue presentado por el entonces presidente del Comité Olímpico Cubano y miembro del COI, Manuel González Guerra.

El Cuate se desempeñaba entonces al frente de una importante tienda de confecciones y ventas de prendas de plata en la capital mexicana.

Posteriormente, en 2006, lo reencontré durante los preparativos para los festejos y conmemoración de los 80 años del Comandante en Jefe, en los alrededores del Palacio de Bellas Artes, de La Habana.

Una joven Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que le servía de acompañante dado que era un invitado de honor a dichos festejos, accedió y manifestó el interés de su acompañante en saludarme, lo cual me permitió gran beneplácito.

La emoción que siempre me propiciaban sus encuentros me hizo desatender de momento al cardenal Jaime Ortega Alamino, con quien conversaba, y al enterarse El Cuate quién era la prestigiosa figura cardenalicia, insistió se lo presentara dada su devoción católica.

Falleció el pasado 28 de marzo a la edad de 97 años en Tecate, estado mexicano de Baja California, este empresario y comerciante mexicano, hombre modesto y leal, gran amigo de Cuba.

Cuando se le preguntó en noviembre de 2022 cómo le gustaría que en Cuba lo recordaran, dijo: “Que me consideren revolucionario cubano. Siempre fui rebelde. No sabía por qué. Lo supe cuando conocí a Fidel”.

arb/ndm

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