En Quito, la emblemática Procesión de Jesús del Gran Poder recorrió nuevamente el Centro Histórico.
Cientos de fieles vestidos con túnicas moradas, conocidos como cucuruchos, caminaron descalzos, algunos cargando cruces de madera, como muestra de penitencia.
Estos personajes, cuya vestimenta incluye un gorro alto y puntiagudo que cubre completamente la cabeza y el rostro, dejando solo dos aberturas para los ojos, representan el arrepentimiento y la humildad ante Dios.
La tradición se remonta a tiempos coloniales y es una de las expresiones más impactantes del sincretismo religioso en la capital.
En Guayaquil, miles también se congregaron en las calles para participar en la procesión del Cristo del Consuelo.
Entre cánticos, oraciones y lágrimas, los feligreses acompañaron las imágenes religiosas en un ambiente de recogimiento.
Escenas similares se vivieron en otras ciudades como Cuenca, Loja y Riobamba, donde los feligreses salieron en Vía Crucis.
Pero la Semana Santa en Ecuador no solo se vive en los templos o en las calles, pues durante estos días se prepara la fanesca, un caldo espeso y cargado de simbolismo.
Esta sopa tradicional se elabora con 12 granos diferentes —como fréjol, habas, chocho, arvejas y maíz— en alusión a los 12 apóstoles, y se cocina con queso, sambo, zapallo y bacalao salado, que representa a Jesús.
En muchas casas esa receta se cocina en grandes cantidades para compartir con vecinos, amigos y parientes.
Su origen se asocia a ritos indígenas de agradecimiento por la cosecha, que con el tiempo se fusionaron con las celebraciones cristianas traídas por los españoles.
La Semana Santa ecuatoriana es una muestra de identidad que transcurre entre cucuruchos, fanescas y procesiones.
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