El esloveno, con solo 26 años, ha convertido lo extraordinario en rutina, lo difícil en costumbre, y después del traspiés del domingo en la Amstel Gold Race, había que poner las cosas en orden. Dicho y hecho.
El recorrido de esta clásica belga, segunda joya del tríptico de las Ardenas, es un rompepiernas que da miedo: más de 200 kilómetros, once cotas y tres pasos por el legendario Muro de Huy, ese dragón de 1,3 kilómetros con rampas y que, como cada año, decide quién baila y quién se arrastra.
Y hoy, Pogacar bailó. Bailó bajo la lluvia, sin levantar el trasero del sillín, y se fue solo en los últimos 500 metros como si no hubiese nadie más en carrera. Una actuación que rozó lo insultante, una demostración de poderío que recordó a los días grandes de Alejandro Valverde, amo y señor de esta subida, triunfador en cinco ediciones, cuatro de ellas consecutivas (2014, 2105, 2016 y 2017, además de la del 2006).
El día amaneció gris y húmedo, como manda la tradición en Huy. Desde la salida en Herve, la serpiente multicolor cruzó pueblos con encanto, campos empapados y carreteras estrechas, serpenteadas con adoquines y salpicadas de barro.
Se respiraba historia ciclista en cada curva y en ascensos con nombres como Cherave y Ereffe, retumbando como tambores de guerra. La fuga del día, animada por tres noruegos tenaces, fue puro decorado: el UAE de Pogacar y el Soudal del belga Remco Evenepoel tenían claro que la función era suya.
Ya en los últimos kilómetros, tras la cota de Cherave —de 1,2 km de longitud y un ascenso de 101 metros verticales con una pendiente promedio de 8.8 por ciento—, el ambiente era eléctrico. Pogacar se puso en cabeza como quien coloca la última ficha de dominó. Todos sabían lo que venía, pero nadie pudo evitarlo.
Cuando el irlandés Ben Healy intentó romper el silencio con un ataque, Tadej respondió con una aceleración quirúrgica, brutal, definitiva.
En la curva a izquierdas que marca el inicio de la zona más dura del muro, cambió el ritmo sin inmutarse. Una mirada atrás y adiós. Ni el francés Kévin Vauquelin ni el británico Tom Pidcock, sus acompañantes en el podio, pudieron hacer otra cosa que aplaudir.
Y así, bajo la llovizna y el frío, Pogacar firmó otra página de oro, mientras Evenepoel, noveno, pagó el esfuerzo.
El domingo espera Lieja-Bastoña-Lieja, el cuarto Monumento del año. Y sí, Pogacar también es el favorito, como casi siempre; pero antes de pensar en lo que viene, conviene saborear lo vivido este miércoles: una danza bajo la lluvia, en un muro que sólo se rinde ante los elegidos.
Tadej lo es. Y lo sabe.
jcm/blc