En una temporada donde volvió a reinar como soberano absoluto del circuito —ocho títulos, dos de Grand Slam y un dominio que ya parece tradición—, el murciano recibió por segunda vez este reconocimiento nacido para distinguir a quienes elevan el juego más allá de los golpes. Ya lo había logrado en 2023, pero su fidelidad al espíritu del tenis lo trae otra vez al trono del juego limpio.
El episodio que marcó su año, convertido ya en capítulo de leyenda, ocurrió en Roland Garros. En pleno fragor de una cuarta ronda ante Ben Shelton, Alcaraz devolvió un punto a su rival al admitir que la bola tocó su raqueta cuando esta no estaba sujeta a su mano, pese a que el juez había concedido la jugada al español.
Ese gesto, inmediato y transparente, recorrió el mundo como una lección de nobleza en un deporte que también se gana con principios.
Félix Auger-Aliassime, Grigor Dimitrov y Casper Ruud figuraban entre los nominados a un premio decidido por periodistas de la ITWA y por veintinueve exnúmeros uno del planeta. Pero fue Alcaraz quien elevó más alto el estandarte ético que Stefan Edberg levantó en los 90 y que Federer y Nadal engrandecieron durante casi dos décadas.
A sus 22 años, bicampeón de Wimbledon, Roland Garros y el Abierto de Estados Unidos, subcampeón olímpico en una final considerada épica, el español no solo domina la estadística: domina el respeto. Su nombre, ya escrito en la historia, hoy suma una página más luminosa.
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