Dramaturgia del Festival de La Habana
Dramaturgia del Festival de La Habana
Dramaturgia del Festival de La Habana

La Habana (Prensa Latina) Apagan las luces, oprimen un botón y el proyector traslada la magia a una pantalla gigante en un recinto en La Habana, Cuba, espacio ideal cada año para la cita cinematográfica más importante de Latinoamérica y el Caribe.
Antes del comienzo de la exhibición, un cartel nos coloca en contexto: 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, entonces los aplausos cobran vida entre la intimidad de los presentes y el poder de lo creativo traspasa fronteras sin guión previo ni fecha de caducidad.
Las salas de esta capital acogen a miles de espectadores (menos que en ocasiones anteriores debido a los protocolos sanitarios implementados en la isla) y todos quedan hipnotizados por las diversas propuestas, despojadas de las influencias de la industria comercial estadounidense.
Tras más de cuatro décadas, el programa goza de la fidelidad de los cinéfilos, que aprovechan la oportunidad de conectar con la cultura de los países de la región y hasta los de otras latitudes, mientras las obras en pantalla rescatan (y reclaman) identidad, historia y las realidades comunes de Latinoamérica.
PUESTA EN ESCENA
El espacio forma parte del exclusivo circuito de festivales internacionales del mundo y pone al descubierto la capacidad del arte para problematizar conflictos latentes en la sociedad, a veces olvidados en el afán de satisfacer el consumismo e intentar cumplir las demandas comerciales.
De hecho, el programa habanero persigue transformar esa historia con obras que abordan asuntos como los desafíos enfrentados por los pueblos originarios, la memoria histórica, los derechos de la mujer, el patrimonio cultural y la diversidad (en todas sus acepciones).
Asimismo, su calendario acoge una amplia muestra de cine contemporáneo proveniente del resto del mundo, en tanto constituye el escenario de presentación de reconocidos realizadores y de películas que han marcado la filmografía global.
Entre ellas destacan Fresa y chocolate, largometraje cubano de 1993 codirigido por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, así como Amores perros, debut del mexicano Alejandro González Iñárritu en el 2000, ambas nominadas al Oscar en la categoría de mejor cinta extranjera.
Resalta también Ciudad de Dios (Brasil, 2002), de Fernando Meirelles y Kátia Lund; La ciénaga (Argentina, 2001), de Lucrecia Martel; Whisky (Uruguay, 2004), de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll; La teta asustada (Perú, 2009), de Claudia Llosa; El exilio de Gardel (Tangos), de Fernando Solanas (Argentina-Francia, 1985); y El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella (Argentina, 2009).
Títulos igual de imprescindibles en la línea de tiempo del Festival son Frida, naturaleza viva, de Paul Leduc; La película del rey, de Carlos Sorín, Principio y fin, de Arturo Ripstein; Cronos, de Guillermo del Toro; Martín (Hache), de Adolfo Aristarain; Nueces para el amor, de Alberto Lecchi; Iluminados por el fuego, de Tristan Bauer; y La vendedora de rosas, de Víctor Gaviria.
EFECTOS SONOROS
Como forma de mantener viva esa relación 'cuasi' indisoluble entre música y cine, cada edición del festival devuelve su banda sonora, la cual desde 1990 lleva el sello del músico cubano José María Vitier, con el título Desde la aldea.
De acuerdo con Vitier, para obtener en 1986 la sonoridad latinoamericana intervinieron artistas de su agrupación, así como Pancho Amat, quien tocó el bombo legüero, Nicolás Sirgado en la guitarra, Juan Raúl Oviedo en el xilófono y Javier Zalva en la flauta.
Anterior a esta fecha, distintas melodías marcaron la cita como la que compuso Juan Márquez para el documental Los ojos como mi papá, del chileno Pedro Chaskel, y otras de la autoría del propio Vitier, correspondientes a los primeros trabajos discográficos de su conjunto.
EPÍLOGO DE CONVERGENCIA
Devenido lugar de convergencia entre cineastas y cinéfilos de todo el mundo, el Festival evoluciona en función de razones económicas, tecnológicas, políticas y actualmente sanitarias, lo cual ha supone retos en su concepción y alcance.
Reconocidas figuras de la industria cinematográfica han prestigiado este encuentro del séptimo arte latinoamericano como los mexicanos Guillermo del Toro, Gael García Bernal, Benicio del Toro, Arturo Ripstein y Diego Luna, los argentinos Tristán Bauer, Ricardo Darín, Gastón Pauls, Fernando Birri, Cecilia Roth y Susú Pecoraro.
Igualmente, destacan nombres como los brasileños Caetano Veloso, Patricia Pillar, Bruno Gagliasso, Lázaro Ramos, Wagner Moura y Sonia Braga; así como los estadounidenses Matt Dillon, Geraldine Chaplin, Oliver Stone, Harry Belafonte, Frances McDormand, Francis Ford Coppola, Danny Glover, Joel Coen, Annette Benning y Spike Lee.
La dramaturgia de este festival además se enriqueció con la presencia del chileno Miguel Littin, el franco-griego Costa Gavras, los uruguayos Mario Benedetti y Eduardo Galeano, la francesa Agnes Varda, las españolas Victoria Abril y Marisa Paredes, el franco-polaco Roman Polanski, la alemana Hanna Schygulla, los británicos Asif Kapadia, Ken Loach y Stephen Frears.
CORREN LOS CRÉDITOS
Fundado el 3 de diciembre de 1979 por Alfredo Guevara y un grupo de realizadores audiovisuales, el evento se apropió de los relatos e identidades de los países de la región, obviados o tergiversados por las grandes industrias, para dotar de una narrativa renovadora a la filmografía latinoamericana.
El encuentro fundacional tuvo entre su jurado al escritor y periodista colombiano Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura, y el cineasta cubano Santiago Álvarez, pionero y motor impulsor del séptimo arte en Cuba, quien fungió como presidente del festival durante muchos años.
Concebido como una continuación de las citas audiovisuales de Viña del Mar (1967 y 1969), Chile; Mérida (1968 y 1977), México; y Caracas (1974), Venezuela, el certamen de La Habana constituye una respuesta definitiva al urgente reclamo de un espacio que garantizara el intercambio sistemático entre las cinematografías del continente y sus creadores.
Con esa idea se unieron el argentino Fernando Birri, el brasileño Nelson Pereira Dos Santos y los cubanos Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa, a quienes la historia absolvió como algunos de los más significativos impulsores de la llamada ola del nuevo cine latinoamericano.
De esta primera década de apogeo resultaron títulos como Dios y el diablo en la tierra del sol (1964) de Glauber Rocha; La hora de los hornos (1968) del argentino Fernando Solanas; La sangre del cóndor (1969) y El coraje del pueblo (1971) del boliviano Jorge Sanjinés.
También destacan piezas cubanas como Memorias del subdesarrollo (1968) de Gutiérrez Alea; Now (1965) y Hanoi, martes 13 (1967), de Álvarez, y La primera carga al machete (1969), de Manuel Octavio Gómez.
Como en sus inicios, el evento convoca anualmente concursos de ficción, documental y animación, óperas primas, guiones inéditos y carteles. Además, se organizan encuentros y seminarios sobre diversos temas de interés cultural y, en especial, cinematográfico.
Así, el paso de las horas parece lento entre imágenes y palabras, mientras la magia conduce a los protagonistas (creadores y públicos) a mundos paralelos en el que los relatos son interpretados en el rodaje de la cita cinematográfica más importante de América Latina y el Caribe.
ft/arb/msm/lbl
*Periodista de la Redacción de Cultura de Prensa Latina
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Dramaturgia del Festival de La Habana
20 de diciembre de 2020, 1:10
Por Liz Arianna Bobadilla León *
La Habana (Prensa Latina) Apagan las luces, oprimen un botón y el proyector traslada la magia a una pantalla gigante en un recinto en La Habana, Cuba, espacio ideal cada año para la cita cinematográfica más importante de Latinoamérica y el Caribe.
Entre destellos y sombras, regresa un evento que seduce a miles de personas, cuyo engranaje cultural llegó en este 2020 como esa medicina recetada por el doctor para curar la incertidumbre, la tristeza y el desvelo ocasionados por la pandemia de la Covid-19.
Antes del comienzo de la exhibición, un cartel nos coloca en contexto: 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, entonces los aplausos cobran vida entre la intimidad de los presentes y el poder de lo creativo traspasa fronteras sin guión previo ni fecha de caducidad.
Las salas de esta capital acogen a miles de espectadores (menos que en ocasiones anteriores debido a los protocolos sanitarios implementados en la isla) y todos quedan hipnotizados por las diversas propuestas, despojadas de las influencias de la industria comercial estadounidense.
Tras más de cuatro décadas, el programa goza de la fidelidad de los cinéfilos, que aprovechan la oportunidad de conectar con la cultura de los países de la región y hasta los de otras latitudes, mientras las obras en pantalla rescatan (y reclaman) identidad, historia y las realidades comunes de Latinoamérica.
PUESTA EN ESCENA
El espacio forma parte del exclusivo circuito de festivales internacionales del mundo y pone al descubierto la capacidad del arte para problematizar conflictos latentes en la sociedad, a veces olvidados en el afán de satisfacer el consumismo e intentar cumplir las demandas comerciales.
De hecho, el programa habanero persigue transformar esa historia con obras que abordan asuntos como los desafíos enfrentados por los pueblos originarios, la memoria histórica, los derechos de la mujer, el patrimonio cultural y la diversidad (en todas sus acepciones).
Asimismo, su calendario acoge una amplia muestra de cine contemporáneo proveniente del resto del mundo, en tanto constituye el escenario de presentación de reconocidos realizadores y de películas que han marcado la filmografía global.
Entre ellas destacan Fresa y chocolate, largometraje cubano de 1993 codirigido por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, así como Amores perros, debut del mexicano Alejandro González Iñárritu en el 2000, ambas nominadas al Oscar en la categoría de mejor cinta extranjera.
Resalta también Ciudad de Dios (Brasil, 2002), de Fernando Meirelles y Kátia Lund; La ciénaga (Argentina, 2001), de Lucrecia Martel; Whisky (Uruguay, 2004), de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll; La teta asustada (Perú, 2009), de Claudia Llosa; El exilio de Gardel (Tangos), de Fernando Solanas (Argentina-Francia, 1985); y El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella (Argentina, 2009).
Títulos igual de imprescindibles en la línea de tiempo del Festival son Frida, naturaleza viva, de Paul Leduc; La película del rey, de Carlos Sorín, Principio y fin, de Arturo Ripstein; Cronos, de Guillermo del Toro; Martín (Hache), de Adolfo Aristarain; Nueces para el amor, de Alberto Lecchi; Iluminados por el fuego, de Tristan Bauer; y La vendedora de rosas, de Víctor Gaviria.
EFECTOS SONOROS
Como forma de mantener viva esa relación 'cuasi' indisoluble entre música y cine, cada edición del festival devuelve su banda sonora, la cual desde 1990 lleva el sello del músico cubano José María Vitier, con el título Desde la aldea.
De acuerdo con Vitier, para obtener en 1986 la sonoridad latinoamericana intervinieron artistas de su agrupación, así como Pancho Amat, quien tocó el bombo legüero, Nicolás Sirgado en la guitarra, Juan Raúl Oviedo en el xilófono y Javier Zalva en la flauta.
Anterior a esta fecha, distintas melodías marcaron la cita como la que compuso Juan Márquez para el documental Los ojos como mi papá, del chileno Pedro Chaskel, y otras de la autoría del propio Vitier, correspondientes a los primeros trabajos discográficos de su conjunto.
EPÍLOGO DE CONVERGENCIA
Devenido lugar de convergencia entre cineastas y cinéfilos de todo el mundo, el Festival evoluciona en función de razones económicas, tecnológicas, políticas y actualmente sanitarias, lo cual ha supone retos en su concepción y alcance.
Reconocidas figuras de la industria cinematográfica han prestigiado este encuentro del séptimo arte latinoamericano como los mexicanos Guillermo del Toro, Gael García Bernal, Benicio del Toro, Arturo Ripstein y Diego Luna, los argentinos Tristán Bauer, Ricardo Darín, Gastón Pauls, Fernando Birri, Cecilia Roth y Susú Pecoraro.
Igualmente, destacan nombres como los brasileños Caetano Veloso, Patricia Pillar, Bruno Gagliasso, Lázaro Ramos, Wagner Moura y Sonia Braga; así como los estadounidenses Matt Dillon, Geraldine Chaplin, Oliver Stone, Harry Belafonte, Frances McDormand, Francis Ford Coppola, Danny Glover, Joel Coen, Annette Benning y Spike Lee.
La dramaturgia de este festival además se enriqueció con la presencia del chileno Miguel Littin, el franco-griego Costa Gavras, los uruguayos Mario Benedetti y Eduardo Galeano, la francesa Agnes Varda, las españolas Victoria Abril y Marisa Paredes, el franco-polaco Roman Polanski, la alemana Hanna Schygulla, los británicos Asif Kapadia, Ken Loach y Stephen Frears.
CORREN LOS CRÉDITOS
Fundado el 3 de diciembre de 1979 por Alfredo Guevara y un grupo de realizadores audiovisuales, el evento se apropió de los relatos e identidades de los países de la región, obviados o tergiversados por las grandes industrias, para dotar de una narrativa renovadora a la filmografía latinoamericana.
El encuentro fundacional tuvo entre su jurado al escritor y periodista colombiano Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura, y el cineasta cubano Santiago Álvarez, pionero y motor impulsor del séptimo arte en Cuba, quien fungió como presidente del festival durante muchos años.
Concebido como una continuación de las citas audiovisuales de Viña del Mar (1967 y 1969), Chile; Mérida (1968 y 1977), México; y Caracas (1974), Venezuela, el certamen de La Habana constituye una respuesta definitiva al urgente reclamo de un espacio que garantizara el intercambio sistemático entre las cinematografías del continente y sus creadores.
Con esa idea se unieron el argentino Fernando Birri, el brasileño Nelson Pereira Dos Santos y los cubanos Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa, a quienes la historia absolvió como algunos de los más significativos impulsores de la llamada ola del nuevo cine latinoamericano.
De esta primera década de apogeo resultaron títulos como Dios y el diablo en la tierra del sol (1964) de Glauber Rocha; La hora de los hornos (1968) del argentino Fernando Solanas; La sangre del cóndor (1969) y El coraje del pueblo (1971) del boliviano Jorge Sanjinés.
También destacan piezas cubanas como Memorias del subdesarrollo (1968) de Gutiérrez Alea; Now (1965) y Hanoi, martes 13 (1967), de Álvarez, y La primera carga al machete (1969), de Manuel Octavio Gómez.
Como en sus inicios, el evento convoca anualmente concursos de ficción, documental y animación, óperas primas, guiones inéditos y carteles. Además, se organizan encuentros y seminarios sobre diversos temas de interés cultural y, en especial, cinematográfico.
Así, el paso de las horas parece lento entre imágenes y palabras, mientras la magia conduce a los protagonistas (creadores y públicos) a mundos paralelos en el que los relatos son interpretados en el rodaje de la cita cinematográfica más importante de América Latina y el Caribe.
ft/arb/msm/lbl
*Periodista de la Redacción de Cultura de Prensa Latina
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