Prensa Latina recorrió las instalaciones que su huéspedes permanentes nombran El Palacio de la Felicidad por los beneficios que Salud y el Estado ponen en beneficio de hacer más placentera la vida de 130 longevo atendidos allí.
Felicito, con sus 89 años de edad, dijo a los visitantes que este es el hogar donde se derrama atenciones, cuidado personal y el cumplimiento de los programas de Salud. Aquí a uno lo tratan con amor familiar, añadió.

Los decanos que hacen de este centro su casa y los ambulatorios son atendidos por personal de Salud de diversas especialidades, enfermeras, sicólogos, trabajadores sociales y auxiliares.
De forma especial se presta servicios de rehabilitación, fisioterapia, medicina natural y tradicional, podología y de terapia ocupacional, y para casos de urgencia mantiene una conexión directa con el Hospital Provincial Camilo Cienfuegos.
Aquí falleció a los 120 años en 1978 el último africano esclavo, Gabino, quien No distinguía la noche del día, pero sí sabía decir que el látigo le había surcado el cuerpo y las ofensas lacerado su espíritu.
Su última etapa la malvivió en una covacha al fondo de la casa principal de una finca al occidente de la villa cuyo mayoral (Pepe el isleño -procedía de La Palma, Islas Canarias-), decían era de La Gomera.

En esa propiedad estuvo por más de 50 años, nunca tuvo sábados o domingos, sus amigos más fieles fueron un machete, un hacha y un perro llamado Campana.
Ya en el ocaso de su vida, sus grandes ojos vieron en penumbra la ciudad de Sancti Spírittus, sus calles, casas, edificio, las personas, en un viaje de rescate para llegar al otrora Asilo de San José donde vivió sus últimos 10 años entre personas que supieron quererlo.
Sobre la creación de este Hogar Roberto Vitlloch, director de la Oficina del Conservador de la ciudad fundada en 1514, ratificó que la obra fue promovida por dos monjas de la Caridad y respaldada por familias pudientes, presididas por Concepción «Concha» lznaga García.

La prensa de la época recoge que sin terminar en enero de 1910 las religiosas -Sor Isabel y Sor Ramona del Corazón de Jesús- y los ancianos ocuparon el edificio y tres años después se inaugura un nuevo pabellón.
Para 1926 contaba con tres amplios salones que tomaron los nombres de los benefactores, así como enfermería, una capilla y otras instalaciones de servicio. En esos inicios 11 monjas y la Madre Superiora Sor Dolores de San José Castillo atendían a más de 50 ancianos.
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