Dommaraju Gukesh, nacido en Chennai, tierra fértil de genios, inscribió su nombre en la historia como el campeón del orbe más joven, un prodigio que conquistó los corazones y las mentes de millones de personas amantes del mundo de los trebejos.
Su ascenso no fue una marcha sencilla, sino un delicado vals entre la devoción y el talento. Desde los siete años, cuando por primera vez movió una pieza, quedó claro que en sus dedos danzaba algo más que madera y con 12 años y algunos días ya era Gran Maestro, presagio de que el futuro le aguardaba con la realeza entre las manos.
El Campeonato Mundial de 2024 fue su lienzo definitivo, un escenario en el que la presión podía asfixiar incluso a los más veteranos. Frente al chino Ding Liren, defensor del trono y símbolo del ajedrez moderno, Gukesh no mostró miedo, sino una serenidad que evocaba siglos de sabiduría india.
Las partidas, un duelo épico de mentes, avanzaron con una precisión casi matemática, pero también con destellos de arte puro y en la última, con las piezas negras en su bando, enfrentó el desafío definitivo.
El error de su oponente en el movimiento 55 fue la grieta en una muralla hasta entonces impenetrable, y el joven, como un guerrero paciente, no desperdició la oportunidad.
Con una precisión quirúrgica, selló su victoria. La sala contuvo el aliento y luego el silencio fue roto por aplausos ensordecedores: un nuevo rey había nacido.
El triunfo no es solo suyo, sino también de una nación que respira ajedrez. Siguiendo los pasos del legendario Viswanathan Anand, Gukesh simboliza la nueva era del ajedrez indio, un faro de luz para millones de jóvenes que ven en él un modelo a seguir.
Hoy, el niño que soñó con reyes se sienta en el trono del ajedrez mundial y su historia no es solo de victorias, sino de sacrificios, de madrugadas interminables frente al tablero, de derrotas que fueron lecciones y de un amor infinito por el juego.
Dommaraju Gukesh no solo juega ajedrez: lo transforma, lo embellece, lo vive.
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