En esa urbe del noroeste del país, y por espontánea iniciativa, se pintó un mural con el rostro de Margarita Restrepo, quien busca a su hija Vanessa desde 2002, y un cartel que rezaba “Las cuchas tienen razón”, en referencia a las denuncias que las progenitoras hacen desde hace años de que en la Comuna 13 de esa ciudad yacen cuerpos de desaparecidos.
Había además otro rostro, el del expresidente Álvaro Uribe (2002-2018) rodeado de cráneos humanos y con un mensaje que decía “Yo di la orden”, pues se presume que los restos óseos encontrados recientemente en el vertedero conocido como La Escombrera fueron el saldo dejado por la Operación Orión, ejecutada bajo su mandato.
El mentado operativo fue una intervención militar llevada a cabo en 2002 en la Comuna 13 de Medellín por parte del Gobierno y durante el cual desaparecieron cientos de jóvenes, bajo la excusa de que estaban supuestamente relacionados con la delincuencia común o con los movimientos guerrilleros.
Aun cuando la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) insiste en que no puede afirmar que los cadáveres estén allí como resultado de algún desmán ocurrido durante la Operación Orión, la ciudadanía pareciera estar convencida de lo contrario.
El mural que pretendía entonces denunciar los hechos fue realizado y borrado horas después con pintura gris por orden del alcalde, quien alegó que la manifestación de ese arte popular era un desorden, en tanto afirmó que el objetivo de sus creadores era “generar caos y poner fea y sucia la ciudad”.
Más allá de cualquier discusión estética, lo cierto es que su mandato generó indignación y horas más tarde estaban de nuevo los pintores devolviendo a la vida el desaparecido grafiti, esta vez sin alusiones al exgobernante.
Incluso el presidente del país, Gustavo Petro, participó de la polémica y cuestionó el proceder del alcalde de la ciudad.
“¿Por qué se dedica a borrar el arte que expresa uno de los peores horrores humanitarios cometidos en Medellín: la operación Orión, la entrega al paramilitarismo de la Comuna 13 y la desaparición de centenares de personas, la mayoría jóvenes, el descuartizamiento de adultos, las fosas comunes?”, preguntó.
¿Acaso no se da cuenta -continuó- que lo hecho en La Escombrera es digno de Pinochet, Videla y Hitler, los asesinos en masa de la historia?
Sin embargo, hubo un reclamo aun más duro que el de Petro y fue el de Margarita Restrepo, quien increpó a Gutiérrez.
“¿Qué le he hecho yo para borrarme del mural… él violentó la memoria, violentó mi dolor; me desaparecieron a mi hija, pero mi dignidad no la van a desaparecer”, expresó con indignación la madre.
La pared volvió a ser pintada con los rostros de las buscadoras, pero un acto posterior reveló que los intentos de negacionismo sobre las circunstancias en las que se dieron las desapariciones son un mal extendido en Colombia.
En una entrevista a Rafael Núñez, uno de los gestores del mural, el periodista Néstor Morales, de la emisora Blu Radio, le preguntó si él podía asegurar que los cuerpos encontrados en La Escombrera no fueron enterrados ahí por sus familiares.
La insinuación de que los desaparecidos fueron sepultados en un vertedero por sus propios seres queridos desató una nueva ola de molestias entre la ciudadanía.
Hasta la fecha, se estima que en Colombia ocurrieron más de seis mil ejecuciones extrajudiciales pero algunos analistas consideran que estos son cálculos conservadores.
La Escombrera posee el sobrenombre de la fosa común más grande del país y es allí donde la cuchas, un vocablo que en la nación se emplea para referirse a la gente mayor, dicen que yacen sus hijos.
La Unidad de Búsqueda de Personas y la JEP ya reportaron en el sitio varios hallazgos de estructuras óseas, en una operación que además de la tierra remueve también la conciencia colectiva.
A juzgar por la indignación social, todo indica que a la memoria no le podrán echar tierra encima tan fácilmente como lo hicieron con las víctimas.
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