La lideresa, quien ya suma 28 años como presidenta de la Tumba Francesa, accedió a narrar parte de su historia a Prensa Latina, una trayectoria que según ella nunca fue el propósito de su vida.

Afirmó que desde los 15 años ingresó como miembro activo de la Sociedad, y que todo el tiempo el baile fue lo más importante porque nunca se interesó por cantar o aprender el Creole (dialecto franco-haitiano).

Andrea explicó que su llegada al máximo peldaño en la Tumba Francesa fue gradual: “Primero desapareció mi abuelita y hubo que asumir los bailes, los cantos, y al desaparecer mi tía, quien sucedió a mi abuela, tuve entonces yo que asumir, sin proponérmelo, la dirección de la tumba francesa”.

Ella confesó que aprendió de Consuelo Venet (Tecla), su abuela; de Gaudiosa Venet, su tía, y de Emelina Venet su madre, recordó que cuando era niña y no le permitían entrar al salón había una señora que abría la bata para que bailará escondida detrás.

Calificó entre los momentos más memorables de su vida, cuando su hija y su hijo con solo cuatro años de edad aprendieron a tocar el Catá (instrumento de percusión) y como su nieto está absorbiendo los conocimientos que ella absorbió de sus antepasados”.

Con orgullo la matriarca habló de sus orígenes: “Desciendo de los que venían de África en los barcos negreros, mi bisabuelo era del reino de Dahomey (ubicado en Benin, África) así que mis ancestros son dahomeyanos”.

Y considera que está garantizada la continuidad porque la transmisión es oral y ahí están su hija, su sobrino y su nieto, aseguró que su legado está seguro “porque mientras exista un retoñito de nosotros habrá Tumba Francesa”.

Conversar con la octogenaria santiaguera es como sumergirse en el universo de un legado que ostenta la condición de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Unesco, más de 160 años de tradición resumidos en Andrea Quiala Venet.

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