En las calles de esta urbe una de las expresiones más oídas es el famoso “aquisito nomás”, que denota la cercanía de algún sitio, aunque la distancia real pueda ser considerable, pero muestra el deseo de no desalentar al interlocutor.
La influencia del quichua es palpable en palabras como “guambra”, utilizada para referirse a un niño o joven, o “achachay” y “arrarray”, que evocan el frío y el calor extremos con una sonoridad tan propia de los Andes.
En el habla quiteña, a veces inentendible para el visitante, abunda la frase “no sea malito” para suavizar cualquier petición, y el uso de “mande”,que aunque en esta nación se le entiende como muestra respeto, tiene raíces de un pasado de sumisión y obediencia ante la autoridad.
Un rasgo distintivo del idioma es el sonido de la letra f al final de algunas palabras y construcciones como “dar” más un gerundio, por ejemplo, “dame comprando algo” o “se da yendo al centro”.
Aunque estas locuciones son comunes y entendidas por la mayoría de los locales, constituyen un error gramatical según las normas del español, pero aun así no impide que sean parte del lenguaje coloquial cotidiano.
A eso se suman los constantes diminutivos: “me da la cuentita”, para pedir la cuenta en un restaurante o “regale un pasito, mijito”, para solicitar permiso.
Por otro lado, las relaciones cercanas tienen su reflejo en palabras como “ñaño” o “ñaña”, usadas para hermanos y amigos del alma, mientras que “darse un chance” es la forma de pedir tiempo, paciencia o una segunda oportunidad.
El lenguaje popular en Quito no solo comunica, sino que también cuenta historias, guarda la herencia de generaciones y da vida a la idiosincrasia de esta ciudad capital.
(Tomado de Orbe)





