En acto realizado en la Sala Magistral de esa casa de altos estudios, los profesionales Enrique Figuerola, Miriam Ferrer y Raúl Trujillo fueron investidos con tan honorífico galardón por el rector Silvano Merced, en una muestra de agradecimiento por el cumplimiento de sus deberes, el respeto a sus semejantes y la impronta que han dejado a lo largo de sus vidas en sus ámbitos profesionales.
«Honor a quien honor merece. Nuestra Universidad se honra de realizar este justo homenaje a estas personalidades de nuestro deporte cubano», le declaró Merced a Prensa Latina.
La pista sintió el fuego de la velocidad de Ferrer, quien representó a Cuba en los campeonatos mundiales de atletismo y juegos regionales en la distancia de 100 metros planos y en los relevos.
Su grandeza no se detuvo en la línea de meta: con la misma pasión con la que corrió, forjó espíritus invencibles en las generaciones de atletas, dejando su mayor huella en la multicampeona paralímpica Omara Durand, ganadora de 11 metales dorados en cita estivales, tres de ellas el año pasado en París.
«Quiero elogiar a la persona que me llevó a la gloria», dijo Durand en el estrado antes de leer su biografía a los presentes.
La laureada entrenadora confesó que fue una sorpresa para ella este premio y agradeció a todos los que tuvieron que ver con su carrera, incluyendo su familia.
Pero si de hazañas inolvidables se trata, el nombre Figuerola también resplandece con luz propia. El hombre que desafiaba al viento, el corredor que inscribió su nombre en la eternidad del atletismo.
«El Fígaro» fue subcampeón olímpico en 1964 en los 100 metros planos y en 1968 en el relevo corto, titular en los Juegos Centroamericanos y del Caribe y en los Panamericanos y tuvo el privilegio de ser, durante una década, el hombre más veloz de Cuba, dueño de 29 récords nacionales absolutos.
«Lo más grande que me ha pasado en la vida es recibir esta distinción», le dijo emocionado a esta agencia, después de concluida la solemne ceremonia.
«Le doy las gracias al Comandante en Jefe Fidel Castro, porque fue el que nos hizo gigantes», agregó.
Figuerola fue el primer cubano en igualar un récord mundial en el hectómetro y el primero en alcanzar una medalla en su especialidad en Olimpiadas. Su legado es el de un pionero, un revolucionario de la velocidad que aún inspira a los jóvenes atletas.
Por su parte, la lucha cubana no se entendería sin la sabiduría y entrega de Trujillo. Como gladiador de la categoría de 57 kilogramos, alcanzó el bronce en los Juegos Panamericanos de México 1975, pero su mayor batalla no se libró en el colchón, sino en la forja de campeones.
En su baja estatura se esconde la grandeza de un entrenador que llevó a la cúspide al cinco veces monarca olímpico Mijaín López (presente en la ceremonia), el luchador grecorromano más grande de todos los tiempos.
Trujillo no solo entrenó a un atleta, sino que cinceló una leyenda, elevando a la mayor isla del Caribe a lo más alto de la lucha mundial.
«Agradezco a este pueblo que admiro y defiendo. No hay palabras que encuentre para hacerlo», acotó con la voz entrecortada por la emoción.
El homenaje de hoy no solo reconoce el esfuerzo y la excelencia de estos tres titanes del deporte cubano, sino que enmarca su legado en la memoria de la nación.
Cada uno, a su manera, ha tejido una historia de sacrificio, pasión y triunfo y este doctorado no es más que un símbolo de gratitud y admiración, porque en sus nombres late la historia del deporte cubano y en sus huellas caminan los campeones del mañana.
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