No son juguetes comunes y su nombre proviene del inglés reborn, que significa renacido, en alusión al minucioso proceso artesanal mediante el cual se transforman muñecas comerciales en réplicas casi humanas.
El fenómeno comenzó en Estados Unidos y Europa a fines de la década de 1990, pero en Brasil cobró especial fuerza tras la pandemia de Covid-19.
Las redes sociales están llenas de videos de personas —especialmente mujeres—, mostrando a «sus bebés», vistiéndolos, alimentándolos simbólicamente o llevándolos en cochecitos por la calle.
Es tal la precisión anatómica que muchos transeúntes se detienen, creyendo que se trata de un niño real.
¿Por qué este auge? Psicólogos y sociólogos apuntan a diversas causas. En algunos casos, los reborn cumplen una función terapéutica.
Ayudan a mujeres que perdieron un hijo, que enfrentan problemas de fertilidad o experimentan el síndrome del nido vacío.
También se usan en terapias con adultos mayores con demencia o Alzheimer, pues estimulan la memoria afectiva y reducen la ansiedad.
Sin embargo, no todo es aceptación. Críticos argumentan que la relación excesiva con estas muñecas puede alimentar realidades paralelas o dependencias emocionales, desplazando vínculos humanos reales.
Aun así, sus defensores sostienen que se trata de una forma legítima de expresión emocional y cuidado simbólico.
No es barato el arte reborn. Cada muñeca puede costar hasta cinco mil reales (unos mil dólares), dependiendo del nivel de realismo y del artista.
Existen ferias especializadas, talleres de capacitación y una comunidad creciente que defiende el derecho a cuidar de estos «bebés del alma».
Más allá de la controversia, analistas consideran que los bebés reborn reflejan una sociedad que busca consuelo, belleza y ternura en un mundo cada vez más complejo.
Son una respuesta emocional —y a veces terapéutica— a carencias afectivas y traumas no resueltos. En Brasil, su expansión parece apenas comenzar.
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