De esta historia da cuenta el Museo del Automóvil de Montevideo, fundado en 1983 y que, bajo la égida del Automóvil Club del Uruguay, posee una colección bien amplia de vehículos a motor, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX.
Pero hubo un principio, ya lejano, en el que los carruajes eran, junto al caballo, el principal medio de transporte en el Uruguay colonial y hasta principios de la centuria pasada.

Estos vehículos, desde carretas tiradas por bueyes hasta lujosos carruajes de la aristocracia, fueron fundamentales para el transporte de personas y mercancías.
Durante los tiempos coloniales, las carretas eran las más utilizadas para el traslado de carga y personas en áreas rurales.
Con el desarrollo económico, basado primero en la lana y luego en la ganadería vacuna, la división de clases se hizo más notoria y tuvo su marca en los medios de transporte.
En las calles empedradas de Montevideo, los más pudientes se paseaban en carruajes de lujo, como las berlinas, Rothschild & Fil y landós, fabricados en Inglaterra, Francia o Uruguay. En ellos se pavoneaba la aristocracia en paseos y eventos sociales.
Pululaban entonces los carromatos de transporte, como los que utilizaba la emblemática cooperativa Conaprole para repartir leche en la capital del país y que, en algunos barrios, funcionaron con ese medio de tracción equina hasta 1936.
El Museo y Parque Fernando García, en Montevideo, alberga una colección de 30 carruajes y diligencias de los mejores constructores del planeta y que son parte del patrimonio cultural de Uruguay.
Entre ellos, el Break de Chasse, fabricado por reconocidos expertos nacionales, una réplica de aquel en el que desfilaron por la Avenida 18 de Julio los campeones olímpicos de fútbol en 1928: el equipo charrúa.
(Tomado de Orbe)





