Rubén nuestro, te admiré desde el primer día que te vi sobre el escenario: Michelangelo, Fausto, El cruce sobre el Niágara. Quienes vivimos esa experiencia sabemos la certeza de tu danza, la verdad de tu arte, escribió en su página en Facebook la destacada coreógrafa Lizt Alfonso, directora del formato danzario.
Te respeté y amé como maestro apasionado de nuestro claustro, y aún más como amigo siempre presente. Eres un ser excepcional, sin dudas, añadió.
Tienes nuestro aplauso, de aquí al infinito; ya todos en Lizt Alfonso Dance Cuba te extrañamos, concluyó la creadora.
Como primer bailarín de Danza Contemporánea de Cuba, la presencia escénica de Rubén Rodríguez era imponente, pero nunca grandilocuente; su fuerza física se combinaba con una sensibilidad que hacía que cada línea de su cuerpo contara una historia, destaca una nota del Portal Cubaescena.
El intérprete «vivió la danza no como un oficio, sino como una forma de existencia. Su cuerpo, herramienta y templo, era el vehículo a través del cual expresaba la técnica, la historia, la identidad y la emoción de un pueblo».
Su interpretación, añade, era una experiencia total, una comunión entre bailarín y espectador que pocas veces se logra en la danza contemporánea.
Obras como Michelangelo, creada especialmente para él por Víctor Cuéllar, pusieron en evidencia su dominio del lenguaje corporal y revelaron su habilidad para encarnar personajes complejos, con una profundidad emocional que trascendió la coreografía misma.
Como bailarín y maestro, dejó una impronta técnica y artística, una manera de entender la danza, de vivirla.
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