Lara utiliza en su obra el abismo como escuela; ese vacío infinito el cual representa la tierra, la biodiversidad, el entorno que lo rodea, para reflejar sentimientos, modos de vida y finalmente, la fortaleza de espíritu para no renunciar al mayor regalo: la vida.
Según el curador de la muestra, Piter Ortega, pocos artistas han hecho de su propia biografía una materia tan palpable y tan ardiente como Jesús Lara.
La vida de Lara ha sido un cráter y de ese cráter ha extraído no solo lava, sino luz, expresó Ortega.
De acuerdo con Ortega, Lara atravesó zonas profundas y de oscuridad, pasando por adicciones, rupturas internas, silencios devastadores; sin embargo, de todo ello no salió ileso, sino, transformado, destacó el especialista.
A decir de Ortega, Lara ha hecho de su dolor un lenguaje; de su desesperación un mapa y de su herida una estética.

Lara vivió emociones muy fuertes y pasó por Alcohólicos Anónimos. Gracias a ello no logró redimirse, sino convertirse en un testimonio vivo de que la belleza puede nacer, incluso del fango.
Es como parafrasear a la mayor cantora cubana de los niños, Teresita Fernández, al expresar en su canción «Lo feo»: «A las cosas que son feas ponles un poco de amor y verás que la tristeza va cambiando de color».
Así se manifestó Lara desde sus propias entrañas y hoy acompaña a otros que vivieron la misma situación.
Sin embargo, lo hace con humildad, sabiduría y arte, reconoció el curador.
Cada trazo de Lara, cada imagen, cada línea, están atravesadas por su biografía transfigurada.
Esta exposición, como toda la obra de Lara, no es un arte que se inspire en la vida; «es un arte que es vida». Una vida que ardió y que hoy ilumina, concluyó el experto.
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