El diseño de la construcción corrió a cargo del arquitecto prusiano Carl Gotthard Langhans, obra que se levantó entre 1788 y 1791, inspirada en la espectacular entrada a la Acrópolis de Atenas.
Pocos años después de su culminación, la Puerta de Brandeburgo quedó coronada con una cuadriga de cobre que representa a la diosa de la Victoria en un carro tirado por cuatro caballos, en dirección a la ciudad, emplazada junto a la Plaza de París, a la que sigue la calle Unter den Linden.
Durante más de 120 años, el paso central —de los cinco creados— solo pudo ser utilizado por la realeza y algunos de sus invitados, hasta que una serie de acontecimientos ligados a la Primera Guerra Mundial condujeron a la disolución del imperio alemán y a la abdicación, en noviembre de 1918, del káiser Guillermo II.
No fueron los únicos tiempos convulsos de los que fue testigo la puerta de 65,5 metros de largo y 11 de grosor, soportada por dos hileras de seis columnas, por las que desfilaron desde las tropas de Napoleón hasta el ejército de la Alemania nazi.
En la Segunda Guerra Mundial, el hermoso monumento de Brandeburgo sufrió las consecuencias de los combates, en particular, de la dura batalla de Berlín por la ofensiva soviética contra el Tercer Reich, pero milagrosamente permaneció en pie en una ciudad arrasada por las hostilidades.
Después siguió otro período oscuro a raíz de la confrontación propia de la Guerra Fría, al punto de quedar perdida en tierra de nadie en 1961.
Con la reunificación alemana, en 1990, la Puerta de Brandeburgo pasó a ser un símbolo de paz y un triunfo sobre las armas: parada obligada para los millones de visitantes que recorren cada año Berlín y sus sitios históricos.
(Tomado de Orbe)





