Bajo el título «Música del Caribe», el texto refiere el proceso de surgimiento y consolidación de las llamadas steelbands (tambores de acero) en aquel país, y su impacto a partir de la originalidad en la construcción y uso de los instrumentos.
Captura un momento fundacional en la historia cultural del Caribe, e identifica con precisión su origen en Trinidad y Tobago, pero no en salones de baile o estudios, sino en los puertos, lo cual sitúa el fenómeno en un contexto de evolución de la clase trabajadora, y esta perspectiva es de especial importancia.
A fines de la década de 1950 esa clase laburante era un actor social en un momento de profunda ebullición, transición y lucha.
Aunque no se puede hablar de una sola realidad, ya que la región caribeña es diversa, existían tendencias comunes marcadas por el contexto de la descolonización, la Guerra Fría, el triunfo de la Revolución cubana y el modelo de desarrollo económico de la época.
Braceros, jornaleros, trabajadores portuarios, eran la columna vertebral en muchas islas, con alta desigualdad con la riqueza concentrada en una pequeña élite blanca o mulata y en las compañías extranjeras, en contraste con la pobreza generalizada de la mayoría negra y mestiza.
El surgimiento y consolidación de las steelbands en ese contexto es sin dudas un fenómeno ligado a la lucha, la identidad y la resistencia de la clase trabajadora afrocaribeña.
El novelista, poeta, ensayista y pedagogo barbadense George Lamming, en su obra «Los placeres del exilio» (1960), conecta directamente aquella expresión de cultura popular con la política y la liberación social.
«El tambor de acero (…) surgió de la misma energía de frustración que alimentó las huelgas laborales y el movimiento independentista. No fue simplemente un instrumento musical; fue una reclamación de territorio sonoro, una afirmación de que de los barriles de aceite desechados por la industria del colonizador, podíamos forjar nuestra propia voz, una voz tan poderosa y compleja como cualquier orquesta europea».
El escritor cubano es testigo excepcional de la expresión y evolución de las steelbands en Barbados, concepto por demás que acuña en su crónica como fenómeno en plena ebullición.
Su escepticismo inicial expresado con honestidad en su escrito, refleja cómo este movimiento era aún joven y no totalmente comprendido ni siquiera por los conocedores de la cultura regional.
Al mencionar el «genio de la inventiva organográfica del negro», el literato reconoce la profunda influencia de la herencia africana en la diáspora, y reafirma que la capacidad de crear instrumentos complejos y ritmos sofisticados a partir de materiales disponibles es una tradición en las culturas musicales de África Occidental.
Sin pretender evaluar la agudeza en el análisis musical que hace Carpentier del fenómeno de las steelbands, hay que reconocer lo detallado de su argumentación, pues habla de «organología» (estudio de los instrumentos), desde el proceso de creación a partir de bidones de petróleo de 55 galones, la evolución de sus formas en el uso primero del bidón entero y luego la elaboración de otros con diferentes tamaños para crear disímiles cajas de resonancia, afinación, y aislamiento de notas.
Su descripción del sonido es muy evocadora y técnica a la vez, la compara con una «orquesta de xilófonos o ‘balafones africanos», y establece un puente sonoro con el patrimonio ancestral.
Para el lector no informado, Carpentier utiliza analogías comprensibles, al destacar que las steelbands abarcan un registro «casi tan amplio como el del piano» e invita a concebirlas no como meros instrumentos rítmicos.
Quizás el aspecto más notable de la crónica es la capacidad de Carpentier para prever el impacto futuro de las steelbands.
Expresa su esperanza en que su rápida evolución no soslaye la necesidad de armarse con un repertorio auténticamente regional y evitar asumir piezas foráneas.
Las steelbands no solo desarrollaron con el tiempo un repertorio propio, sino que se convirtieron en el instrumento por excelencia en carnavales y festines; y géneros como el calypso y el soca se integraron perfectamente a éstas, creando una identidad musical poderosa.
La crónica de Alejo Carpentier sobre las steelbands de Barbados no solo documenta, sino que descifra el código sonoro de un fenómeno cultural único, y ratifica que la música es el archivo vivo de luchas, llantos, festejos, y la prueba máxima de que en el Caribe es una de las tradiciones musicales más vitales e influyentes.
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