Kiros es de esos hombres que se forjan entre senderos de altura y cielos infinitos, donde la distancia se mide en paciencia y disciplina, y donde cada zancada guarda una historia.
Su infancia ya llevaba el pulso de un maratón: levantarse al alba, entrenar mientras la ciudad dormía, aprender que la resistencia no es solo muscular, sino también moral. Desde su debut en la escena internacional en 2020, cada paso ha sido testimonio de constancia.
De Chemnitz a París, de Osaka a Berlín, su vida se ha tejido entre marcas y metros, entre récords que rozaba con esfuerzo. Pero el Maratón de Sídney se presentó como la excusa perfecta para que su historia se hiciera visible.
La salida en North Sydney, bajo la humedad del puerto, fue el telón de fondo de una narrativa que llevaba años escribiéndose en silencio. Kiros no buscó liderar desde el inicio: se deslizó con el grupo, midiendo fuerzas y recordando su propio trayecto. Cada respiración en el puente fue eco de los entrenamientos en Etiopía, de la soledad y la disciplina que lo moldearon.
Al entrar en el distrito financiero, mientras las calles vibraban con música y aplausos, la mente de Kiros viajó a maratones anteriores, donde aprendió a contener la impaciencia y dominar el ritmo. Sabía que la carrera, como la vida, no se gana de inmediato, se construye paso a paso, decisión tras decisión.
Fue en Anzac Parade, cerca del kilómetro 30, cuando tomó la delantera junto a su compatriota Addisu Gobena. En esa recta infinita, la victoria se convirtió en metáfora: esfuerzo concentrado, disciplina milimétrica, inteligencia táctica. Mientras los árboles de Centennial Park pasaban a su lado, cada zancada le devolvía los senderos de su juventud, donde la altura moldeaba su corazón y su pulmones, y la paciencia era tan vital como el oxígeno.
Al salir de Hyde Park, con la subida hacia Lady Macquarie’s Chair, el puerto lo esperaba otra vez, imponente y desafiante. Recordó París 2021, Berlín 2024; recordó que en los grandes maratones el talento no basta, que la victoria es de quienes saben sufrir y calcular.
La cima del mirador lo recibió con un soplo de viento y el eco de sus pensamientos: “Aquí se decide, aquí se gana”. La bajada por Macquarie Street le permitió alargar sus pasos y exprimir la potencia de esa máquina perfecta de memoria y fuerza que es su cuerpo.
Gobena aún resistía a su lado, pero la experiencia y la fe en su entrenamiento hablaron más alto. El Forecourt de la Ópera de Sídney apareció, majestuoso e inabarcable, detonando su motivación.
Cruzó la meta como consagración de años de sacrificio, como luz que corona a un campeón. Dos horas, seis minutos y seis segundos marcó el cronómetro, un récord histórico en Australia, un instante detenido para siempre en la memoria del maratón.
En el podio, mientras el viento rozaba la icónica estructura, Kiros pensó en todo lo que había dejado atrás: noches de lluvia, rutas desiertas, kilómetros invisibles. A su lado, Gobena celebraba la plata, y el británico James Edwards sonreía desde el bronce, consciente de que la grandeza a veces se roza, pero no se alcanza.
Y en el corazón del etíope, Sídney, la ciudad que fue testigo de un hombre que aprendió a correr la vida a su propio ritmo: implacable, constante, legendario.
mem/blc





