Sabalenka y Alcaraz: soberanos de Flushing Meadows

Nueva York, EEUU, 9 sep (Prensa Latina) El eco de los triunfos en el Abierto de Estados Unidos logrados por la belarusa Aryna Sabalenka y el español Carlos Alcaraz, aún resuenan hoy en esta ciudad.

Donde los sueños suben por los rascacielos y las derrotas se hunden en el metro, estos dos tenistas emergieron en Flushing Meadows para reclamar un trono compartido: Ella, con la rabia transformada en alivio y él, con la frescura de un joven que juega como si estuviera inventando un nuevo idioma.

La historia de Sabalenka en este torneo no es la de una campeona invicta, sino la de una mujer que aprendió a convivir con la herida. Dos finales perdidas este mismo año, una semifinal amarga, la duda como sombra.

Pero en la Arthur Ashe todo cambió. Su rival en la final, la estadounidense Amanda Anisimova, resistió hasta que sus fuerzas se agotaron y, cuando el último revés se marchó fuera, la belarusa se desplomó de rodillas. El estadio enmudeció un segundo y después rugió como una fiera herida.

El trofeo de Tiffany & Co. parecía brillar para ella sola. La número uno del mundo lo levantó con los ojos húmedos, consciente de que no era solo un objeto de plata, sino la materialización de meses de frustraciones.

Primera mujer desde Serena Williams en ganar dos años seguidos este torneo, cuarta corona de Grand Slam en su vitrina. Y, sin embargo, la estadística no alcanza a describir el temblor de su voz cuando dijo: “Todas esas lecciones difíciles valieron la pena”.

Sabalenka conquistó la ciudad que en su primer año la recibió con frialdad. Ella misma lo reconoció: al principio temía enfrentarse a rivales locales, pero con el tiempo descubrió que el público la adoptaba, que el cariño crecía. Quizás por eso, en el vestuario, celebró con champán derramado, risas nerviosas y un beso espontáneo a la calva de su entrenador. Una reina imperfecta, humana, hecha de derrotas y redenciones.

Una día después, otro destino se escribió con la misma tinta azul de la cancha. Alcaraz, con apenas 22 años y la alegría de un niño que aún juega descalzo en las calles de El Palmar, se plantó ante el italiano Jannik Sinner, su rival más íntimo, su espejo, su sombra, y le arrebató el trono donde se sienta el mejor tenista del mundo.

Con ese triunfo en cuatro parciales, el murciano sumó su segunda corona en Nueva York —ya había ganado en 2022— y elevó a seis sus títulos de Grand Slam. Pero los números, otra vez, no cuentan la historia completa.

Lo esencial está en cómo juega, en esa mezcla de descaro y solemnidad que lo convierte en espectáculo puro.

Tras la victoria, abrazó a Sinner con respeto, habló de él como de un hermano y agradeció a su equipo con una humildad que contrasta con la ferocidad que muestra en la pista. Y luego sonrió con esa sonrisa luminosa que lo acompaña desde que nació y que parece anunciar que lo mejor todavía está por llegar.

Sabalenka y Alcaraz. Dos caminos distintos que se encontraron en la capital del mundo. Ella, convertida en reina tras haber caído demasiadas veces. Él, coronado rey con la insolencia de la juventud.

Nueva York, siempre hambrienta de historias, encontró en ellos dos personajes de novela, dos campeones que más que levantar un trofeo, se adueñaron del alma del torneo.

En las canchas donde otros inmortales dejaron huellas eternas, ahora resuenan sus nombres. Dos coronas brillan bajo las luces de la ciudad que nunca duerme y que sabe que estos reyes llegaron para quedarse.

mem/blc

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