Historias del Mundial de Atletismo: ecos del sur

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Tokio, 16 sep (Prensa Latina) El eco de los podios obtenidos por los latinoamericanos Uziel Muñoz, Silinda Morales, Julia Paternain y Natalia Linares, resuena hoy en el Mundial de Atletismo que se disputa en este país asiático.

   Tokio se convirtió en un escenario inesperado para los latidos de América Latina. En un Mundial diseñado para consagrar a las grandes potencias, cuatro nombres surgieron desde la periferia geográfica y golpearon el centro de la gloria.

   Distintos como el hierro, el viento, el fuego y el vuelo, los cuatro escribieron con sus cuerpos una misma palabra: sorpresa. Un mexicano en el círculo de la bala, una cubana en el giro del disco, una uruguaya en la ruta del maratón y una colombiana que voló sobre la arena del salto largo.  

   Cuatro destinos distintos que se unieron en un mismo estallido de orgullo continental. Los podios los recibieron con la solemnidad de lo grande, y ellos devolvieron al mundo la certeza de que Latinoamérica todavía tiene mucho que decir en el atletismo.

   Muñoz, con un último lanzamiento cargado de furia y amor, proyectó el hierro a 21.97 metros. Fue plata, récord nacional y catarsis en el Estadio Nacional de Tokio. En su gesto, al señalar al cielo, estaba la promesa cumplida a su hermano ausente. En sus brazos tensos, la fuerza de un México que no claudica.

   Morales, con apenas 25 años, giró como un remolino y lanzó su disco como nunca lo había hecho en su vida. Fue bronce con 67.25 metros, pero más que un lugar en el podio, fue la resurrección de una tradición gloriosa del deporte cubano. En sus manos, Cuba encontró un nuevo estandarte, la certeza de que el linaje de campeones no ha sido roto.

   Paternain, en cambio, corrió desde el anonimato hasta la gloria. Maratón de bruma y sol, de asfalto y lágrimas. Cada kilómetro de Tokio fue una batalla interna, y en la recta final la sorpresa estalló: bronce con 2:27:23 horas. Primera medalla de Uruguay en un Mundial de Atletismo, primera bandera celeste ondeando en ese firmamento.

   Y Linares, la más joven de la tropa, levantó el vuelo en la arena con la naturalidad de quien nació para desafiar la gravedad. Bronce con 6.92 metros, marca personal y confirmación de un ciclo perfecto que ya había iluminado Panamericanos y Sudamericanos.    Su sombrero vueltiao se alzó como bandera en el estadio, y su voz recordó a Caterine Ibargüen, ídolo y faro de una generación que no se resigna a ser eco. “Quiero hacer mi propio camino”, dijo con la seguridad de quien sabe que la historia apenas comienza.

   Los cuatro fueron rostros distintos de la misma épica. El brazo que impulsa la bala, la cintura que lanza el disco, las piernas que no se rinden en los 42 kilómetros y el salto que corta el aire para conquistar la arena. Cuatro geografías, cuatro acentos, cuatro pasados distintos, pero un mismo presente glorioso.

   Latinoamérica amaneció distinta tras esas hazañas. Ya no fueron solo las potencias las que dominaron la escena: fue la fuerza inesperada de quienes vienen de lejos, de quienes entrenan con menos, pero sueñan con más.

   Tokio se convirtió en altar, y ellos en símbolos. Muñoz, Morales, Paternain y Linares mostraron que la épica no se mide solo en oros, sino en el golpe que deja la sorpresa en la memoria.

   Porque cada lanzamiento, cada giro, cada zancada y cada salto fueron una reivindicación, una certeza de que, desde Chihuahua, Camagüey, Montevideo o Valledupar, también se puede estremecer al mundo.

  Y así, en este Mundial, América Latina, más que medallas, ganó un relato, un mito, una herencia que se quedará escrita en la piedra del tiempo.

mem/blc

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