Los Dodgers, acorralados pero aún con el orgullo intacto, confían en su as japonés Yoshinobu Yamamoto, un lanzador que se ha convertido en símbolo de serenidad y poder.
El sábado lanzó las nueve entradas completas ante sus rivales de este viernes, permitió apenas cuatro imparables y una carrera, retirando a los últimos 19 bateadores en fila, como si tejiera un hechizo desde la lomita. Su recta, limpia y ascendente, parece cortar el aire; su splitter, una daga que se hunde sin aviso.
Esa noche en Los Ángeles, el estadio fue testigo de un recital. Hoy, Yamamoto vuelve con el peso del destino sobre el brazo, consciente de que cada lanzamiento puede prolongar la vida de su equipo o sellar su epitafio.
El miércoles, los Azulejos doblegaron 6-1 a los campeones defensores con otra joya monticular, esta vez del novato Trey Yesavage, quien ponchó a 12 rivales —récord histórico para un debutante en Serie Mundial— mientras Davis Schneider y Vladimir Guerrero Jr. abrían el duelo con jonrones consecutivos.
Hoy dependerán de los envíos de Kevin Gausman, decidido a proteger el último escalón hacia la gloria, que ese mismo día trabajó 6.2 entradas con cuatro hits permitidos (dos jonrones) y tres carreras.
Los Dodgers, en cambio, apuestan a la fe, a la memoria de sus victorias y al brazo samurái que podría reescribir esta historia bajo las luces del otoño.
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