Si bien el calendario marca la festividad para los días 1 y 2 de noviembre, desde mucho antes aparece en sitios emblemáticos o se vende en pequeños puestos el cempasúchil, la flor amarilla o naranja que guía los pasos de los seres queridos hasta los altares, según la creencia.
Infaltables resultan también el pan de muerto, el papel picado o las calaveritas de azúcar, todo aderezado por colores muy distantes del espíritu de tristeza y recogimiento propio de conmemoraciones similares en otros sitios del mundo.
“Aquí celebramos la muerte. Nos consuela la idea de que nuestros seres queridos bajan a visitarnos estos días. Por eso les dejamos ofrendas con su comida y bebida favorita”, explicó en conversación con Prensa Latina una joven mexicana.
Los nacidos en este país dedicarán este sábado al recuerdo de los niños y mañana así lo harán con los adultos que partieron, en una suerte de epílogo para la conmemoración que refleja una visión no tan pesimista sobre la muerte.
A juicio de los conocedores, la celebración evidencia el sincretismo entre la cultura originaria y la religión católica: de la primera provienen el cempasúchil o el copal, una resina aromática, y de la segunda, las velas y veladoras recurrentes en las ofrendas.
Esta jornada incluye también el Desfile del Día de Muertos, que se sumará a otros ya realizados como el de catrinas, uno de los íconos más asociados a México en todo el mundo, o el de alebrijes, figuras de animales imposibles creadas mediante técnicas como el papel maché.
La Catrina tiene su raíz en La Calavera Garbancera, el personaje nacido del ingenio de José Guadalupe Posada y rebautizado en 1947 por el artista Diego Rivera en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”.
Al artesano Pedro Linares, mientras tanto, se atribuye el origen de los alebrijes, patrimonio cultural de la populosa urbe y asociados con las festividades por el Día de Muertos. mpm/las





