Para admirar a plenitud sus barrios, desde el pintoresco Plaka hasta el vibrante Monastiraki, y viajar en el tiempo ante sus yacimientos arqueológicos, como la Acrópolis, se necesita una semana, pero aceptemos el reto de hacerlo en apenas un día, aunque ello parezca una suerte de competencia con los trabajos indicados por la sibila délfica a Heracles para expiar su culpa.
Lógicamente, comenzar desde temprano parece una buena idea para encarar el desafío titánico, y también en aras de evitar las colas en sus múltiples sitios famosos, ya que la urbe, que debe su nombre ―según la leyenda― a la disputa entre los dioses del Olimpo Atenea y Poseidón es una de las más visitadas de Europa.
La primera parada es en la antigua ciudadela situada en lo alto de Atenas: la única e inconfundible Acrópolis, levantada hace unos dos mil 500 años y otrora centro cultural e intelectual del mundo, donde posar para una foto a la sombra del emblemático Partenón merece el calificativo de privilegio, aunque antes de llegar allí deslumbran los Propileos, la gran puerta de entrada con sus columnas añejas.
El templo dedicado a Atenea fue alguna vez iglesia y hasta mezquita durante el periodo otomano. Al contemplarlo causa congoja recordar el saqueo del Partenón en el siglo XIX, cuando el diplomático británico Lord Elgin hizo retirar varios mármoles de la imponente estructura para trasladarlos a Gran Bretaña.
Como el dios Chronos presiona implacable toca pasar al frente, al Erecteión, el “templo sagrado de Atenas”, con su diseño asimétrico, el sitio que abría acogido la mítica contienda entre Atenea y Poseidón.
La Tribuna de las Cariátides atrae de inmediato la mirada; sin embargo, esas magníficas figuras femeninas talladas en mármol pantélico son réplicas, para ver las originales ―a cinco de las seis― la cita es más tarde en el cercano Museo de la Acrópolis.
También merecen una visita en el Partenón el Templo de Atenea Niké (deidad que personifica la victoria), la Estoa de Eumenes, el Odeón de Herodes Ático y el teatro de Dionisio, atracciones en las que el tiempo apenas alcanza para la huella gráfica de rigor, las Cariátides esperan y la fila de curiosos en las afueras del museo crece.
Las estoicas damas de 2,28 metros de altura, algo cansadas por soportar durante siglos el peso de todo un templo, ocupan un lugar especial en la institución inaugurada en 2009, la cual atesora otras piezas de inestimable valor, desde mármoles rescatados del Partenón hasta el Moscóforo, el chico con un ternero al hombro, una escultura del siglo VI a.C. que engalana la Galería Arcaica, donde las fotos no están permitidas.
Después de una docena de minutos de caminata, llega el turno de la Ágora Antigua, otrora centro de la vida política, social y comercial de la ciudad, con su Templo de Hefesto en la cima, uno de los mejor conservados de Grecia.
Otra fue la suerte de la mayoría de las construcciones del emblemático sitio, destruidas por el paso del tiempo, lo que invita a echar a volar la imaginación hacia sus momentos de esplendor.
Tampoco escapó del embate de los siglos el Foro Romano, la antigua plaza pública con sus mercados y letrinas de uso colectivo, anclada en 100 metros cuadrados con hileras de columnas que resisten para contarnos la intensa actividad que acogió. El tour contrarreloj sigue y, tras una marcha acelerada de otra docena de minutos, la mirada tropieza con una simbólica puerta: el Arco de Adriano, estructura de 18 metros de alto y 13,5 de ancho levantada en el 132 d.C. en homenaje al emperador romano, sin que la historia registre quién ordenó su construcción.
“Esta es Atenas, la antigua ciudad de Teseo” y “Esta es la ciudad de Adriano, y no de Teseo”, son inscripciones que pueden leerse en sus frisos noreste y sureste, respectivamente.
Muy cerca del Arco se ubica un monumento infaltable, el Templo de Zeus Olímpico, donde solo se conservan 15 de sus 104 columnas corintias de 15 metros de altura, erigido durante el asombroso lapso de siete siglos, con el mérito de Adriano de terminar en el 132 d.C. lo que el tirano griego Pisístrato había iniciado en el VI a.C.
La historia ateniense más reciente tiene también espacio en el periplo con la visita al majestuoso Estadio Panatenaico, construido en mármol blanco entre 1869 y 1870, sede en 1896 de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna.
Unas fotos en su podio de premiaciones y un recorrido por la pista sirven de homenaje a aquellos atletas pioneros del olimpismo, y en modo deportivo se atraviesa el Jardín Nacional de Atenas para apreciar un espectáculo que atrae a diario a cientos de turistas, el cambio de guardia en el Parlamento Griego, siendo el más rimbombante y concurrido de todos el que se realiza el domingo a las 11:00, hora local.
Con la llama eterna dedicada al soldado desconocido como testigo desfilan con un peculiar y vistoso paso los Evsones, huestes vestidas con la tradicional falda blanca griega y pompones en sus calzados.
Queda el tiempo justo para una pasada por los baños romanos, las plazas Syntagma (situada frente al Parlamento) y Monastiraki, las pequeñas pero bellas iglesias y la Biblioteca de Adriano, así como para disfrutar de algún plato típico, tal vez una musaca acompañada de kolokithokeftedes (albóndigas de calabacín y queso) o unos callejeros gyros o souvlakis.
Como colofón de una jornada heroica, una buena opción para la despedida es la Colina de Areópago o de Ares, un sitio rocoso lleno de leyendas desde el cual las vistas de la Acrópolis al caer la tarde bien valen una postal.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)





