Termómetro internacional de la desigualdad, el índice Gini cayó a 0,504, una mejora relevante frente al 0,517 del año anterior, según reveló el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).
Tal retroceso de la desigualdad vino acompañado de una fuerte disminución de la pobreza. En apenas un año, casi nueve millones de brasileños dejaron de vivir bajo esa condición.
La proporción de personas pobres pasó del 27,3 al 23,1 por ciento, movimiento que el propio organismo asocia a la expansión y fortalecimiento de los programas sociales de transferencia de renta.
Sin estas políticas, advierte el IBGE, la extrema pobreza sería casi tres veces mayor.
Aunque los indicadores generales mejoran, los datos retratan un país profundamente desigual en su composición interna.
Las diferencias raciales siguen marcando el mapa de las carencias: mientras entre brasileños blancos la pobreza afecta al 15,1 por ciento, entre negros sube al 25,8 y entre mestizos alcanza un 29,8.
También las disparidades territoriales son contundentes: el sur del país convive con tasas del 11,2 por ciento, pero en el norte y nordeste los índices se disparan, rozando un 36 y 39 por ciento, respectivamente.
El mercado laboral muestra otra fisura estructural. Aunque tener empleo reduce considerablemente el riesgo de caer en la pobreza, casi uno de cada cinco trabajadores informales sigue sin lograr ingresos suficientes para salir de esa situación.
La vulnerabilidad es aún mayor en el sector agropecuario, en el que un 29,3 por ciento permanece en condición de pobreza.
Entre los desempleados, el escenario es crítico: casi la mitad vive con ingresos por debajo del mínimo definido por el IBGE.
La línea que delimita esas categorías es severa. Para el instituto, un brasileño es considerado pobre si recibe hasta 694 reales mensuales (unos 131 dólares), y extremadamente pobre si vive con menos de 218 reales (41 dólares) al mes.
Ambos parámetros revelan que, aunque el país ha avanzado, millones de familias todavía enfrentan un día a día marcado por la fragilidad económica.
El conjunto de indicadores confirma una tendencia: Brasil experimenta una mejora significativa en sus condiciones sociales, pero el ritmo del progreso continúa condicionado por desigualdades históricas (raciales, regionales y laborales) que siguen definiendo quién prospera y quién queda atrás.
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