La cirugía fue menor, casi rutinaria (la número 44 en su zigzagueante carrera). Un menisco apenas desgastado, una intervención rápida y un alta el mismo día.

Pero el impacto va mucho más allá del quirófano. En febrero, cuando cumpla 34 años, Neymar Jr. volverá a jugar con el club Santos y tendrá tres meses decisivos para convencer al italiano Carlo Ancelotti, al frente de la Verdeamarelha y quien no se deja seducir por el pasado ni por el mercadeo.

En Belo Horizonte, capital del estado de Minas Gerais (sudeste), no se operó solo una rodilla, se expuso un diagnóstico político y futbolístico.

Rodrigo Lasmar, médico de confianza de la selección nacional, será quien lleve el informe directo al entrenador europeo. El habilidoso delantero está sano. La pregunta no es médica, es futbolística.

Brasil ya no es rehén de una sola estrella. Vinícius Júnior, Estêvão, Rodrygo y una nueva generación juegan sin pedir permiso. Ancelotti lo sabe y por eso fue tajante: Neymar Jr. solo irá si está pleno y rindiendo al máximo nivel.

El Santos lo espera, la Confederación Brasileña de Fútbol está a la mira y Neymar Jr. corre. No contra el tiempo de recuperación, sino contra su propio pasado. Las lesiones, las pausas y los regresos incompletos pesan tanto como los goles y las gambetas.

La pentacampeona mundial ya no depende de Neymar Jr. para competir, pero sí puede necesitarlo para marcar diferencia.

El equipo tiene talento, velocidad y gol sin él. Lo que Neymar Jr. aún puede aportar es experiencia, lectura de partidos cerrados y liderazgo en momentos límite. No es indispensable, pero puede ser decisivo si llega entero. Por eso, Ancelotti no ruega ni promete. Observa. Evalúa. Espera.

El apodado Príncipe, O Rei es Pelé, tendrá minutos, partidos y miradas encima. Si convence, irá. Si no, Brasil seguirá su camino.

Realmente, esta vez el Mundial no lo espera. Es Neymar Jr. quien debe alcanzarlo.

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