Mediante diferentes iniciativas, el país recordará el valor de la obra, escrita alrededor de 1554 y 1558 por los k’iche’s, traducida a siete idiomas e inspiradora a lo largo de más de 460 años de escritores, piezas de arte visual y obras de teatro, entre otros.
Se le conoce como “Libro del Consejo”, “Libro de la Comunidad”, “Libro Sagrado”, “Libro de la Estera” y hasta “Biblia Maya”, mientras analistas aseguran que muchos enigmas en torno a sus orígenes quedan aún por descubrir.
A su gran valor estético, los estudiosos suman el de ser una gran ventana por la cual se puede vislumbrar la cosmogonía del pueblo K’iché antes de la llegada de los españoles a tierras americanas.
Su contenido corrobora datos encontrados en la alfarería, las estelas y hasta en los monumentales monolíticos heredados y algunos permanecen en lo profundo de la vegetación de la selva de este territorio centroamericano.
El Premio Nobel de Literatura guatemalteco Miguel Ángel Asturias no hubiera creado su obra maestra Hombres de maíz, si no hubiera existido el antecedente del antiguo códice, aseguran aquí.
El sacerdote dominico Francisco Ximénez –según documentos históricos- lo tradujo a símbolos latinos y con el paso del tiempo ese texto viajó por diversas partes del mundo.
El primero en llevarlo al español fue el historiador, intelectual y diplomático chapín Adrián Recinos, en 1947.
Otros manuscritos que narran la visión del planeta entre los mayas son el Memorial de Sololá, Los Anales de los Kaqchikeles, el Título Cʼoyoi, el Rabinal Achí y el Título Real de Don Francisco lzquin Nehaib.
Para el reconocido poeta local Humberto Ak’abal, sin embargo, “mientras haya sol, mientras haya luna y mientras haya estrellas, nunca será demasiado hablar del Popol Wuj”.
Palabra antigua, voz de los mayores, cimiento de nuestra Tierra. ¿Qué otro libro puede ser más nuestro? ¿A dónde iríamos para buscar nuestra identidad?, sentenció.
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