El telón se abrió en Gonghe y recorrió 137 kilómetros de tensión creciente hasta Haiyan, atravesando un coloso montañoso que rozó los 3 700 metros sobre el nivel del mar. Fue una jornada que exigió algo más que piernas: exigió alma. Y aunque el pedalista de Maldonado lo entregó todo, los segundos se le escurrieron entre las rampas como arena entre los dedos.
Silva cruzó la meta en el grupo principal, mismo tiempo que sus rivales directos, pero no pudo evitar alejsrse cuatro segundos del nuevo líder: el eritreo Henok Mulubrhan, del XDS Astana Team.
Con la camiseta amarilla ahora en poder del africano, el desenlace queda pospuesto hasta mañana, cuando la octava y última etapa —un circuito cerrado en Xihaizhen— decida quién escribirá su nombre en la cima del altiplano chino.
La victoria de hoy fue para el ruso Petr Rikunov, del Chengdu DYC Cycling Team, quien se impuso en un sprint reducido a Enrico Zanoncello (VF Group – Bardiani CSF – Faizanè) y al propio Mulubrhan. Pero más allá del podio parcial, todas las miradas confluyeron en el gesto contenido de Silva al cruzar la línea: sabía que no había perdido aún la guerra, solo el turno de atacar.
El uruguayo, de 23 años, viene firmando una temporada inolvidable: campeón nacional de ruta, ganador de etapa y líder parcial en esta misma carrera, revelación de su equipo. Se ha ganado el respeto del pelotón y la atención de los directores deportivos con su mezcla de potencia, cabeza fría y valentía táctica.
Mañana, en los 121.3 kilómetros del circuito final, con el breve pero traicionero Wendu Pass como posible catapulta, se librará el asalto definitivo. Silva necesitará más que estrategia: necesitará coraje, precisión y el apoyo total de su escuadra.
El destino está a cuatro segundos de distancia. Y el corazón de Uruguay late en lo más alto del mundo, buscando su lugar en la historia.
mem/blc





