La carrera de tres mil metros con obstáculos, esa prueba que siempre parece un campo de batalla, se había teñido de tragedia. Vallas derribadas, rodillas inflamadas y atletas tendidos sobre la pista como soldados caídos.
En medio de ese caos, San Martín avanzó con el rostro desfigurado por el sufrimiento, arrastrando su cuerpo como si cada zancada pesara una eternidad.
Entonces ocurrió lo impensable. Van de Velde, que ya había sentido el filo del infortunio en un tropiezo que lo apartó de la final, detuvo su paso. Miró hacia atrás, vio al colombiano y comprendió que su destino no era cruzar la meta en soledad.
Retrocedió unos metros, extendió el brazo y lo sostuvo. Dos hombres distintos, dos historias quebradas, un mismo gesto de humanidad.
“Lo vi con problemas y pensé, ‘¿por qué no?’”, confesó después el belga. “Los dos tuvimos mala suerte, así que por qué no compartirla juntos”. Él había caído en la tercera vuelta cuando iba en cabeza; el colombiano, golpeado contra una valla, arrastraba una pierna lesionada que lo obligaba a luchar más contra sí mismo que contra la pista.
“Sé lo que es sentirse desamparado en la pista”, añadió Van de Velde, que en el Europeo de 2024 se fracturó la clavícula en plena carrera. “Trabajamos muy duro, el objetivo era la final y no llegó. Por eso lo hice”.
El silencio del estadio duró apenas un segundo. Luego llegó la ovación, una explosión de asombro y ternura, como si todo Tokio entendiera que asistía a algo más grande que la victoria. Los dos corredores, tomados del brazo, cruzaron juntos la línea, últimos en la clasificación, primeros en la memoria.
San Martín tuvo que abandonar poco después en silla de ruedas, pero su gesto quedó elevado a símbolo: el hombre que, aun vencido, decidió terminar.
En un mundo que persigue relojes y récords, ellos decidieron detener el tiempo. No ganaron medallas, pero dejaron estampada en la historia una lección que ninguna cifra puede borrar: cuando el cuerpo cede, la solidaridad puede levantarlo.
Quizá dentro de años nadie recuerde al ganador de esa serie, ni quiénes alcanzaron la gloria. Pero todos sabrán que en Tokio, en un estadio donde el dolor se convirtió en esperanza, dos derrotados escribieron una de las páginas más luminosa del campeonato.
rc/blc





