Las tribunas vibraban como un solo corazón mientras los titanes de la prueba se alineaban. Frente a él, el estadounidense Rai Benjamin, campeón olímpico, era una sombra amenazante; detrás, el eco de su propia historia ardía más que cualquier rival.
El disparo inicial abrió un relámpago de tensión: diez vallas aguardaban como fantasmas del pasado, y cada una parecía recordar las llamas que marcaron su piel cuando era apenas un bebé.
Benjamin llegó primero (46.52), pero Dos Santos, con un brío que desafiaba el dolor, atacó cada obstáculo con la dignidad de un guerrero que conoce la derrota y la victoria en el mismo latido.
Su 46.84 fue una declaración de vida, una carrera tejida con cicatrices, voluntad y la certeza de que ningún fuego puede quemar el destino. El catarí Abderrahman Samba, bronce con 47.00, fue testigo de esa rebelión de zancadas.
En los metros finales, la multitud japonesa se rindió ante el joven de São Joaquim da Barra, aquel niño que escapó de la muerte entre llamas y encontró en la pista una patria de redención.
Oro mundial en 2022, bronce olímpico en Tokio y París, Dos Santos se irguió de nuevo, convertido en leyenda viviente. Su plata, ardiente como el hierro recién forjado, brilló esta noche como un juramento eterno: no hay cicatriz que detenga a quien ha aprendido a correr más rápido que el miedo.
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